La cinta no se toma en serio a sí misma en ningún momento, ofreciendo una imagen pésima de cara al espectador.
Aunque en tiempos recientes estemos disfrutando de una pléyade de adaptaciones cinematográficas de cómics de todo tipo, los aficionados al noveno arte siempre muestran cierta alegría al enterarse de que existe un nuevo proyecto para llevar a la gran pantalla un título de estas características. Por supuesto, otra cosa muy distinta serán los resultados artísticos y comerciales que dicho filme coseche.
A la vista de lo que le ha costado llegar a nuestras pantallas –se estrenó en EE.UU. en el lejano abril de 2011–, y de que en algunos países se ha editado directamente en DVD (cuando ha tenido dicha suerte), cuesta no acudir a ver Dylan Dog: Los muertos de la noche con ciertos prejuicios acerca de su calidad, por mucho que los americanos se hayan fijado en este fumetti de ventas millonarias en Italia e incluso hayan puesto al frente del reparto al mismísimo Brandon Routh que tan empeñado parece en encarnar a personajes de cómic pasados a cine: véase si no Scott Pilgrim contra el mundo (Edgar Wright) o el decepcionante Superman Returns de Bryan Singer.
Esta adaptación libre de la serie creada por Tiziano Sclavi en los años 80 nos presenta una historia de género negro decorada con elementos sobrenaturales que van orbitando en torno al protagonista, un antiguo agente de Scotland Yard reciclado en detective privado especializado en casos que tengan que ver con brujas, fantasmas y espíritus diversos. En esta ocasión un turbio asesinato pondrá en marcha la investigación, a lo largo de la cual iremos viendo todo tipo de criaturas de la noche –con especial énfasis en vampiros, zombis y hombres lobo– que pueblan la sórdida Nueva Orleans que aquí se retrata.
Pese al encanto de serie B o de culto que se le pudiera haber otorgado de estar mejor realizada, lo cierto es que la cinta no se toma en serio a sí misma en ningún momento, ofreciendo una imagen pésima de cara al espectador. No hallamos ideas originales en ella, y buena parte de lo filmado es fácilmente superado por cualquiera de los peores episodios de series televisivas y películas donde halla inspiración (y a las que incluso homenajea): True blood, Buffy cazavampiros, Sobrenatural, Underworld, Crepúsculo...
Poco podemos salvar de un metraje tan poco inspirado. Los personajes no interesan lo más mínimo (y algunos, como el ayudante del protagonista, son directamente execrables). El guión es incoherente y pronto mueve al aburrimiento, entre absurdos varios. Los intentos de dotar de humor a la cinta, asimismo, dan bastante pena por lo ridículos que resultan. Como se puede ver, el libreto preparado por Joshua Oppenheimer y Thomas Dean Donnelly –responsables de otros disparates como Sahara, El sonido del trueno o la reciente Conan, el Bárbaro– es una chapuza poco inspirada que muestra una vez más que no todo el mundo está capacitado para dar hacer cine fantástico medianamente entretenido. De vergüenza ajena.