Entre los aciertos de Monster House se encuentra la elaboración de personajes, el cuidado en la creación de sus secundarios con rasgos tan reales e identificables como al tiempo excéntricos y exagerados.
El protagonismo dentro del género de suspense de la casa, castillo o mansión, del lugar como algo más que el escenario de los hechos para pasar a convertirse en un personaje propio que crea una influencia recíproca con el reparto, es una constante más allá de las cintas que se centraban exclusivamente en casas encantadas. Desde la morada de Psicosis hasta la charcutería desvencijada de La Matanza de Texas, el emplazamiento queda en un terreno entre la causa y la consecuencia de un comportamiento enfermizo, como un reflejo de un mal cuya presencia anuncia el lugar y que debería advertirse en la distancia.
Si a la casa siniestra se le añaden unos vecinos extraños, el temor cotidiano o la curiosidad insana sobre qué hacen esos desconocidos que viven junto a nosotros crece, y puede llevar a conflictos tan perfectamente retratados en la libremente traducida No Matarás al Vecino (The Burbs, 1989, dirigida por Joe Dante y protagonizada por Tom Hanks) en que se jugaba al tiempo con la necesidad legítima de saber qué se cuece en el vecindario y el derecho a ser íntimamente raros de algunos de sus habitantes. Vecinos cómplices en la incertidumbre y obligación inquisidora, vecinos comprensivos y respetuosos con la rareza ajena, se enfrentaban entonces y lo hacen ahora al reto de convivir con el ser marciano.
Monster House es una producción cocinada al gusto de Robert Zemeckis y Steven Spielberg, si bien quien pone en su punto la receta es el debutante Gil Kenan. La animación vuelve a dar una exhibición gráfica, si bien con más sentido que en el despliegue de Polar Express en que el propio Zemeckis que aquí produce allí dirigía personalmente con frialdad desangelada. La trama nos presenta a dos chicos –DJ y Chowder– al filo de la infancia y la adolescencia y que dudan entre el miedo y la necesidad de enfrentarse al mismo. Junto a una niña bonita –Jenny– que acaba entrando en su círculo imposible movida por las circunstancias y las evidencias paranormales de las que sólo ellos participan, presentan una aventura que no sólo vivirán los más pequeños.
Entre los aciertos de Monster House se encuentra la elaboración de personajes, el cuidado en la creación de sus secundarios con rasgos tan reales e identificables como al tiempo excéntricos y exagerados. La combinación de la determinación paranoica de DJ, la tontería obesa de Chowder y el cuidado femenino ajeno al universo freak de los anteriores de Jenny, se recrean en diálogos y escenas con ritmo, agilidad y gracia natural donde siempre que aparece un personaje adicional lo hace para aportar algo. Animados y texturizados hasta el aburrimiento, el dibujo animado por ordenador llega a una categoría que roza el uso de carne y hueso y en donde uno se acaba sintiendo cómodo en ese estado intermedio. Al poco tiempo de una sucesión de amagos de revelación de encantamiento, se nos lleva a la explosión definitiva del apocalipsis de una casa que deja la sutil naturaleza diabólica que se describía en la introducción –aquí acaba pronto convertida en un personaje de videojuego, no es un lugar enigmático habitado por extraños seres– y que se justifica argumentalmente dentro de la ingenuidad precisa con una historia que tiene su lado entrañable.
Si bien el clímax abusa de explosiones y tensión orquestada al gusto del tópico, si bien la casa cede el misterio para ejercer de evidente atracción ferial y cumplir con todas las emociones precisas en su desenlace, en el balance su andanza desquiciada y sus vecinos delirantes reciben bien a todo el público y no dejan que nadie se duerma en la sala, poniéndose algunos puntos por encima de los recientes estrenos dirigidos al público más joven.