Audrey Tautou despliega sus mejores bazas cuando se deja envolver de nuevo por el síndrome Amélie.
La delicadeza se puede leer y se puede ver. O al menos, la que nos propone David Foenkinos en su historia, ya sea en su premiadísima novela cuyo fulgurante éxito ha propiciado su traslación a la gran pantalla, o en su versión cinematográfica de la que él mismo se ha encargado, en comunidad de labores con su hermano, Stéphane. Podríamos incluso decir que lo que han elaboradon estos frères es una especie de díptico complementario que narra la misma historia en dos formatos diferentes.
En ésta, Nathalie es una joven parisina que cree haber encontrado a la persona con quien compartir su vida y decide contraer matrimonio. Pero la vida le jugará una mala pasada cuando, tres años después, su marido pierda la vida en un accidente de coche. Su superior es quien intentará, para su propio provecho, sacarla del aislamiento en el que entra Nathalie después del trágico suceso. Pero será un joven recién contratado en su empresa con quien, inexplicablemente, surgirá la llama de nuevo.
La delicadeza es una cinta agradable de ver, incluso encantadora en ciertos momentos, pero carente del romance que aparenta poseer y con una extrañeza de planteamientos formales que sorprenden por su emplazamiento. Quizás sea esa alteración expositiva la que logre mayor atención. Es como si los hermanos Foenkinos hubieran pretendido alterar las reglas de la comedia romántica para crear una especie de poesía sencilla sobre el duelo y el resarcimiento mediante el uso de una narrativa que báscula entre lo absurdo y lo humano.
Contrariamente a lo que pueda parecer, la delicadeza del título únicamente surge cuando estos dos personajes están uno junto al otro. Ambos logran sacar lo mejor de sí mismos cuando permanecen unidos mientras que la extrañeza y la frialdad se apoderan de ellos cuando están en la distancia. Audrey Tautou despliega sus mejores bazas cuando se deja envolver de nuevo por el síndrome Amélie mientras que François Damiens es lo mejor de la película con su composición de franco-suizo desgarbado y torpe, consiguiendo la atención del espectador en cada matiz y ademán realizado.
Verdaderamente, La delicadeza se concreta en un muy suave y dulce cruce de personajes con acento de cómic -el antihéroe, la chica y el villano- y tránsito simpático. Tan liviana como olvidable, tan bonita como austera, se queda a medio camino entre lo que su historia impresa ha supuesto y lo que su versión fílmica podría haber sido. Pero eso sí, logra dejar la sensación calma de haber visto una hermosa pieza que ha proporcionado una grata sonrisa. Con eso nos quedamos.