Miami Vice llega tras lo que parecen siglos de abuso en la temática del tráfico de drogas.
El sentido de las adaptaciones al cine da para un tratado desglosable en varios tomos. La justicia y sentido común abogan por la fiabilidad y el respeto al original. La naturaleza propia de la adaptación impone por su parte la lógica del cambio, más cuando se trata de la adopción de un nuevo formato, o el salto a una nueva época (condiciones ambas que se dan en este caso). En el traslado de un libro, como se ha visto muchas veces, el resultado puede volverse farragoso y exasperante realizado con excesivo rigor, en tanto que las licencias pueden defraudar al lector tanto como puede hacerlo ese mismo cumplimiento literal que hace cuestionar su necesidad y aportación.
El caso de las teleseries del pasado es uno de esos recursos más que han ido surgiendo con sus propios pecados y su mismo sentido comercial: la marca conocida que vuelve para actualizarse y con poca necesidad. Hasta la fecha, ejemplos de Vengadores o Ángeles de Charlie no han hecho si no demostrar que la rentabilidad del show-business se basa en montarla por todo lo alto y recordar colateralmente a modo de semi-guiños el origen del nombre. Por encontrar algo con repercusión, El Fugitivo de Harrison Ford hace más de 10 años y cuyo éxito condenó durante años a Tommy Lee-Jones a una eterna persecución del malo- inocente. Aunque en este caso la participación de un peso-pesado como Michael Mann, antiguo artífice del éxito de la serie de culto de los 80 Miami Vice, servía para los mejores augurios.
El principal problema con el que este podría encontrarse, al hilo de lo introducido, era el de no captar el sentido de la serie a la hora de actualizarla pese a su su conocimiento del producto y el medio.
Algo que podría pasarle muy fácilmente y con toda lógica porque si Corrupción Miami triunfó en los 80 fue por una perfecta adaptación a su entorno: era una época de glamour-hortera, de superficialidad autocomplaciente, de acción inmadura libre de saturación crítica. Tener a dos policías vestidos de pasarela combatiendo el consumo de coca en un Ferrari bajo el sol y entre turgentes veraneantes no podía parecer más adecuado. Sus argumentaciones generaban tramas que por alambicadas que fueran no estaban lastradas por el exceso de una competencia marcadamente similar que lo convertía todo en visto y manido.
Miami Vice llega ahora tras lo que parecen siglos de abuso en la temática del tráfico de drogas. Muchas de las cintas y series que hicieron aborrecer y despreciar su novedad pudieron inspirarse en ella, pero eso no hace si no complicar la excusa de su retorno. La coca ya no es el enemigo potencial del pasado, si no el aliado nocturno de un gran público que ya no la contempla como un peligro, si no como el antiguo secreto compartido de una noche de fiesta.
Por si esto fuera poco, la necesidad del cambio estético para adaptarse al momento ha llevado a Mann a creer que la solución estaría en atender a su propia evolución como realizador. Así, los recursos de Collateral –repitiendo con su director de fotografía Dion Beebe- son aquí una constante perfeccionada en que la oscuridad en alta definición, los subidos contrastes y la atmósfera nocturna arañada por algún rayo ocasional visten mal para lo que debería asociarse con su idea.
Una banda sonora entre ecléctica y desorientada acompaña a una pareja de agentes a la que se le presupone unión y química y cuya unión se materializa en poco más que en el ceño fruncido de una sobreactuación inicial en que les cuesta coger el ritmo. Poco dice a favor de Colin Farell que un Don Johnson tan plano y unidimensional tuviera tanto más carisma que él y lograse mucha más química con su partenaire que la que él logra con Jamie Foxx. Después, el abuso del tiempo en una recreación lúgubre en donde las playas y los ritmos que cabría esperar brillan (es un decir, entre tanta oscuridad) por su ausencia hace preguntarse definitivamente por la necesidad de reutilización del nombre. Villanos sobrecargados de acento cubano, personajes planos participando de una frialdad contagiosa que en ningún caso se daba con la misma técnica de ambientación en la mentada Collateral (ahí era el escenario perfecto para el fantasma poliédrico que componía Tom Cruise) se arrastran durante más de hora y media para coger algo de ritmo con que llevarnos a la última hora final en desangelada compañía.
Miami Vice, de Michael Mann podría haber sido una buena película con varios cortes, personajes vivos, otro nombre, otra excusa argumental y una cámara menos somnolienta. Lo cual evidentemente es decir poco: simplemente hablaríamos de otra película, y no estaríamos reanimando sin convicción un cadáver de las reposiciones del pasado.