Es insólito que en una superproducción aspirante a ser vista por millones de personas haya podido colarse de manera tan explícita, con trazos tan gruesos, un discurso sociológico como el que enarbola "La Leyenda Renace".
El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace es una película abrumadora. Imposible de asimilar y valorar en un solo visionado. Un triple salto mortal para su director, co-productor y co-guionista, Christopher Nolan, tras las precedentes Batman Begins (2005) y El Caballero Oscuro (2008).
Realizaciones de Nolan ajenas al universo del hombre murciélago como Memento (2000), El Prestigio (2006) y Origen (2010) también han dejado claro que el cineasta británico es presa de una ambición desmesurada que no termina de corresponderse con sus talentos, todavía más discursivos que puramente artísticos.
Una ambición, en cualquier caso, admirable. Por su pretensión de otorgar al cine comercial contemporáneo nuevos paradigmas narrativos y dramáticos, empleando para ello herramientas insospechadas. Por su apología de una concepción madura del espectáculo. Por demostrarnos a los espectadores de hoy que, pese a creernos conocedores de todos los trucos creativos, estos pueden servir a otro propósito que el de repetirnos archisabidos números de magia; más aun, por insinuarnos que la magia verdadera puede que resida a estas alturas en las mecánicas del truco y nuestra percepción de las mismas, un tema capital en su cine.
Sin embargo, su trilogía sobre Batman es a fecha de hoy la obra cumbre de Nolan. Cada una de sus entregas ha sido un tour de force contra la entusiasta recepción crítica y popular de la anterior o las herencias envenenadas: Batman Begins dejó en evidencia los Batman del sobrevalorado Tim Burton, al apostar con acierto por el realismo cinematográfico en lo tocante a Gotham City y por el psicologismo en lo relativo a Bruce Wayne, el millonario traumatizado desde la niñez por el asesinato de sus padres que decide combatir el crimen bajo los ropajes del hombre murciélago. Y El Caballero Oscuro se atrevió sorpresivamente a deconstruir Batman Begins merced al anárquico Joker encarnado por Heath Ledger, que ponía en la picota el heroísmo, su repercusión social, su manipulación por parte del orden establecido. Además, El Caballero Oscuro radiografiaba los tiempos de la Guerra contra el Terror emprendida por el gobierno de George W. Bush, los recortes de libertades y nuestro bienestar conformista, la creciente sensación de caos ideológico que asfixia Occidente desde los atentados del 11-S.
Si a ese panorama le sumásemos la inquietante recesión económica que vivimos, el cuadro resultante sería desolador, apocalíptico, con el único posible consuelo de un horizonte lejano y tortuoso hacia una futura era mejor; para la remota posibilidad, tal y como se expresa en La Leyenda Renace, de una supervivencia al menos espiritual. Y todo eso es precisamente lo que plasma la tercera aventura de Batman. Eso sí, con una urgencia y un escaso sentido de lo alegórico que le garantizarán en los próximos meses el debate, pero que podrían costarle caro en términos de perdurabilidad.
Es insólito que en una superproducción aspirante a a ser vista por millones de personas haya podido colarse de manera tan explícita, con trazos tan gruesos y desaliñados, una arenga semejante contra los poderes económicos y financieros, que avisa por añadidura de las posibles derivas revolucionarias y totalitarias en que podría desembocar la situación actual, y que da por agotado un sistema paternalista y privilegiado de resolver los problemas, hasta el punto de presentar como absoluta y definitivamente fracasada la figura del superhéroe (aunque sus dos finales son una concesión pacata a la supervivencia de la franquicia Batman).
En definitiva, los ecos sociológicos de La Leyenda Renace, que remiten a fuentes tan dispares como El Club de la Lucha, Transformers 3: La Venganza de los Caídos o, por increíble que pueda sonar, Qué bello es vivir (1946) y, por extensión, el espíritu de Frank Capra, son apasionantes.
Por lo demás, La Leyenda Renace es similar estructuralmente a El Caballero Oscuro. Si bien, por aquello de que la trilogía pueda considerarse tal con propiedad, también se recuperen aspectos de Batman Begins: Gotham sucumbe a un villano más calculador, profundo y visionario que el Joker, Bane (Tom Hardy), lo que redunda en una amenaza para la ciudad de más alcance, así como en una complejidad argumental que Nolan despliega con minuciosidad y (auto)exigencia durante la primera mitad del film. La segunda da paso a una escala épica que alterna con suerte desigual varios escenarios, personajes y sentido del tiempo transcurrido.
Los aciertos son innumerables: Bruce Wayne deviene un arquetipo trágico, un cúmulo de conflictos morales digno de lástima; Catwoman simboliza a la perfección la moral líquida de nuestro presente y su intérprete, Anne Hathaway, está maravillosa en todos los aspectos; Bane inspira auténtico terror; el policía novato John Blake, a quien da vida un Joseph Gordon-Levitt que nunca nos ha brindado una mirada tan franca, sagaz y huérfana, emparenta La Leyenda Renace con esa mítica individualista y noble tan cara a los norteamericanos que antaño ejemplificaron el Whitey Marsh (Mickey Rooney) de Forja de hombres (1938) o el sheriff Will Kane (Gary Cooper) de Solo ante el peligro (1952); y lo mejor de los comic books —golpes de efecto y splash pages y momentos bigger than life y la maravillosa (i)lógica del pulp— conforma la narrativa de la película, contribuyendo a esa conversión del cine de superhéroes en un género prefigurado por las películas de James Bond y los blockbusters de los ochenta y que casi cristalizase en X-Men: Primera Generación; una suma de códigos audiovisuales a tener en cuenta desde ahora en cualquier registro.
Pero también hay errores. Más allá de la torpeza con que La Leyenda Renace expresa el mensaje descrito. Más allá del paradójico infantilismo que dejan traslucir en momentos inoportunos la gravedad impostada de Nolan, esa debilidad suya por los aforismos, los dilemas cuasi filosóficos y las secuencias burbuja. Y casi todos esos errores pueden resumirse en su incapacidad para condensar en casi tres horas (sí, 165 minutos) todo lo que quiere contar, todos los sermones y todo el drama que aspira a transmitirnos, lo que se aprecia en las muy visibles costuras del guión y las no menos visibles chapuzas de montaje.
Conociendo cómo funciona la industria, es posible que, como apuntábamos al comienzo, hayamos de esperar al décimo aniversario de El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace para tasar como se debe, a través de la edición conmemorativa en vete a saber qué formato, plagada de más extras y más metraje todavía que en las siete ediciones anteriores, lo que Christopher Nolan intentaba decirnos. Tal y como la hemos visto y vosotros la veréis en el cine, La Leyenda Renace es una gran película llena de defectos. Pero quién sabe si en 2022 no será considerada una película menor llena de virtudes.
NOTA: Tenéis a vuestra disposición en nuestra revista hermana, Comic Digital, otra opinión sobre El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace a cargo de Rodrigo Arizaga Iturralde.