De Kevin Smith y de por qué se ha embarcado en este momento en la innecesaria segunda parte de una película de culto como en su día fue Clerks podríamos estar hablando largo y tendido, pero intentemos resumir: tras completar una serie de comedias políticamente incorrectas de mayor (Persiguiendo a Amy) o menor (Mallrats) calado emocional complementario, en sus proyectos posteriores el señor Smith perdió el rumbo y nos hizo temer lo peor cuando anunció que acometía lo que en su día juró no llevar a cabo jamás, la continuación de las desventuras de Dante, Randal y compañía once años después del soplo de aire fresco que supuso la primera Clerks.
Al principio de Clerks II poco ha cambiado en la vida de los dependientes del Quick Stop y del videoclub contiguo que tanto nos hicieron reír en el debut cinematográfico del director de New Jersey. Un incendio hará que se vean obligados a abandonar su preciado micromundo para ponerse a servir hamburguesas, hasta que surge el conflicto: Dante va a casarse con su novia, abandonando a Randal, su impresentable colega de toda la vida, y dando un importante paso que lo alejará para siempre de esa parcelita donde se siente patéticamente seguro.
A partir de ahí asistimos, como ya pasara en la primera entrega, a una jornada laboral de los protagonistas, secundados por Jay y Bob el Silencioso, y a una sucesión de chistes escatológicos, secuencias basadas en la verborrea friki pura y dura (hay menciones indirectas o más descaradas a Star Wars, El señor de los anillos, los Transformers, Spiderman...), guiños dedicados a los seguidores de las películas anteriores del director, cameos de amiguetes como Ben Affleck o Jason Lee, e incluso la mujer y la hija del propio Smith tienen su papel.
Ahora bien, como sucedía en Dogma o en Jay y Bob el Silencioso contraatacan, la sucesión de sketches basados en la excesiva verbalidad de los personajes juega en contra del ritmo de la cinta, y no es difícil desconectar de lo que sucede en la pantalla. La trama amorosa tampoco aporta nada, viéndose venir cómo se resolverá todo desde el principio, así que las sorpresas que van surgiendo en la película tienen más de sal gorda que de estudiada elaboración.
Eso sí, si bien esta secuela parecía a priori un obvio sacaperras para los nostálgicos de un director al que quizá exigimos demasiado en su día, debemos decir en su defensa que, a pesar de todos sus aspectos fallidos, al menos Kevin Smith ha conseguido convertirla en una declaración de intenciones donde nos habla en clave metafórica de quién es él, del lugar que ocupa en el universo y de lo poco que le importa lo que podamos opinar los espectadores al respecto. Tampoco sería equivocarse demasiado afirmar que se trata de una comedia pasable con unos cuantos chistes y situaciones destacables, y si además asistimos a una escena final que rinde un emotivo homenaje a lo que supuso Clerks en su día nos es imposible suspenderla.