El maniqueísmo la principal carencia de una cinta que resulta, por lo demás, prácticamente impecable.
Terraferma es una de esas obras concebidas para ser transmitidas como cine utilitario y que tanto gustan en certámenes internacionales porque premiarlas siempre da buena imagen. Por ello, fue presentada por Italia para el Oscar al mejor filme extranjero si bien no tuvo suerte en su camino hacia la estatuilla. Estamos ante un drama cautivador bellamente filmado, espléndidamente interpretado y aún mejor narrado que centra sus esfuerzos en unos caracteres alegóricos que, a su vez, son un certero retrato de las comunidades pesqueras de la Italia del Sur, concretamente de una pequeña isla siciliana.
Esta comunidad local isleña observa cómo los cambios sociológicos se suceden con fuerza en una zona ignorada como la suya, donde la eclosión turística se convierte en el primer motor de riqueza de la isla mientras que la pesca, profesión primigenia de sus hombres autóctonos, se ve cada día más abocada a su desaparición. La isla, además, es una perfecta zona estratégica para la llegada ilegal de inmigrantes africanos aunque la ley prohíbe dar auxilio a los clandestinos, situación que incidirá en el destino de muchos de los personajes que transitan en pantalla.
Emanuele Crialese escribe esta historia para que todos sus integrantes se vean implicados dentro de la comunidad como miembros sociales activos y participantes de lo que ven y de lo que sienten, creando así una historia poliédrica que puede ser leída a distintos niveles e interpretada desde diferentes enfoques. Da la sensación de que a esta cinta no le sobra - ni le falta- ni una sola frase para lograr el cúmulo de pretensiones del autor, quien conjuga las intenciones ya ofrecidas en sus dos anteriores obras, Respiro (2002) y Nuovomondo (2006).
Crialese basa su dicotomía entre el suelo firme y el mar inestable, pero también entre las obligaciones de la tierra y la libertad de las aguas, entre las antiguas y nuevas generaciones, entre la continuidad de la tradición y la imposición de objetivos modernos. El autor propone, además, una elegante mescolanza de estilos cinematográficos que incluyen el neorrealismo italiano clásico, el documental prototípico, el cine de denuncia o el drama familiar y, sin embargo, todo parece casar con naturalidad.
Terraferma es una obra construida con asombrosa riqueza sobre las oposiciones de la vida pero sin alardes excesivamente discursivos alambicados, sino incluso diríamos que lo deja todo demasiado fácil. Es este maniqueísmo la principal carencia de una cinta que resulta, por lo demás, prácticamente impecable.