Sin rastro es un thriller del montón, a la altura de cualquier mal telefilme de sobremesa.
Una joven fue víctima de un secuestro del que consiguió salir bien librada, aunque la falta de pruebas hizo que nadie creyese su historia y que jamás se encontrase al individuo que supuestamente trataba de matarla. Años después su hermana desaparece de la noche a la mañana, y nuestra protagonista está convencida de que se trata del mismo hombre, que vuelve a irrumpir en su vida para seguir atormentándola. El problema es que, de nuevo, nadie la cree, y deberá esforzarse en solitario para encontrar al secuestrador y a su hermana en una carrera contra el reloj (y contra el mismísimo cuerpo de policía).
Sin rastro es un thriller del montón, a la altura de cualquier mal telefilme de sobremesa de los que amenizan nuestras siestas los fines de semana. Por si su argumento no nos diera suficientes pistas ya, la puesta en escena de la historia se entrega total y absolutamente al delirio y al absurdo, con una protagonista –Amanda Seyfried, a la postre la única actriz convincente de todo el lote– que acapara la gran mayoría de los planos y que pasa sin solución de continuidad de la neurosis al ingenio sobrehumano, en cuestión de segundos. Eso por no hablar de que prácticamente acaba convertida en una heroína de acción con todas las de la ley, alejándose del thriller psicológico que en un primer momento se nos quería plantear.
Casi todos los aspectos de este debut en EE.UU. del realizador brasileño Heitor Dhalia resultan deficientes. El guión contiene tantos tópicos que más que ante una película estamos ante un constante déjà vu. Los personajes y sus conversaciones resultan irrisorios –esos policías que van dando tumbos de aquí allá, esos secundarios trillados de los que se nos quiere hacer sospechar–, y las líneas maestras del filme resultan tan evidentes que no ofrecen el más mínimo aliciente al espectador que busque algún tipo de reto intelectual. Por supuesto, todo queda explicado cuando vemos que la responsable de lo escrito es la misma Allison Burnett que ya hizo gala de su facilidad para elaborar despropósitos en Underworld: El despertar, Fama o Rastro oculto.
Además, añadamos lo inverosímil de los giros dramáticos que se van distribuyendo en diversos momentos, el aire de ridiculez que sobrevuela la investigación de la protagonista –por no hablar de sus habilidades físicas, demasiado convenientes para poder llevar a buen puerto sus pesquisas–, y la poca pericia con que se nos va guiando y/o engañando en todas las fases de la cinta. Todo ello termina por convertir Sin rastro en un plúmbeo ejercicio repleto de lagunas y elecciones inadmisibles. Sin garra, sin ambición, sin calidad.