El histrionismo y la comedia absurda acompañan en todo momento la catarata de aventuras, efectos visuales por doquier y las artes marciales voladoras propias del género Wuxia.
Presentada en el Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya de hace dos años, donde obtuvo una calurosa acogida por parte de los espectadores sedientos de chispazos asiáticos, Woochi, cazador de demonios es un producto que debe juzgarse y entenderse como cinta surcoreana repleta de matices juveniles y muy caricaturescos. Se trata de uno de esos divertimentos orientales cuyo objetivo es meterse con los dioses a golpe de humor grueso y constante parodia que puede llegar a saturar a más de uno.
Relatada a dos tiempos, la cinta pretende hablar de dos religiones, la taoísta -en una línea temporal situada en el pasado- y la cristiana, que se desgrana en época actual. El realizador Choi Dong-hun abre así una especie de diatriba cómica contra ambas religiones que se convierte en uno de los motores narrativos principales de la cinta. De este modo, todo el metraje cae en la anécdota y la gracia ramplona, aunque también debemos achacarle un síndrome nipón muy de Humor amarillo.
El histrionismo y la comedia absurda acompañan en todo momento la catarata de aventuras, efectos visuales por doquier y las artes marciales voladoras propias del género Wuxia, tan célebre internacionalmente desde que Ang Lee rodara su Tigre y dragón. Pero aquí todo se deja arrastrar por lo bufo, aunque ese sea gran parte del encanto de la cinta. En su propósito de lanzar una peripecia entretenida muy prototípica de su país de procedencia, también encontramos pasajes románticos y fantásticos de aquellos que sirven para rellenar metraje y, de paso, contentar a las audiencias más núbiles.
Lo que tenemos, por tanto, es una de esas piezas muy genuinas que seguramente encuentra su púbico objetivo en festivales dedicados al aficionado asiático pero difícilmente puede complacer los paladares más convencionales. Desde luego, como sugerente mezcla de géneros, la pieza funciona aceptablemente; como película que resista más de un visionado –y con ojos jocosos obligados, además-, difícilmente tenga mayor trascendencia en el futuro.