En lo que es la presentación de la idea, de los personajes, de su relación y sus primeros singulares encuentros, la cosa funciona holgadamente bien.
El mundo del cómic de superhéroes siempre ha dado rienda suelta a las fantasías más inocentes: enfundar en mallas a un portentoso alter-ego, combatir a maleantes entre frases ingeniosas, ser una referencia del bien que pese a todo permita llevar una vida normal en que los ingenuos vecinos no sepan a qué gran héroe están tuteando... Pero una de las más atractivas ramificaciones surge de la consiguiente contribución femenina. Esta, puede aparecer de dos formas. Una es la chica-premio, seducida en medio de su salvación, un personaje que ignorará al héroe en su condición de camuflado: idolatra a la versión del antifaz, allí donde él destaca por el resto de los mortales, mientras este aspira a ser reconocido de forma íntima cómo hombre y no como fenómeno.
Y la segunda forma en que aparece la contribución femenina es la de la versión que se iguala al héroe tradicional en poderes y que desborda su atractivo al ajustar sus mallas hasta marcar al límite de lo soportable sus atributos femeninos. Este ha sido otro de los grandes reclamos del cómic, un elemento de venta que ha inspirado todavía más sueños y mucho más apasionados.
Mi super ex-novia, del veterano Ivan Reitman (Los Cazafantasmas, Poli de guadería, Peligrosamente juntos...) juega con esta segunda mujer de cómic y la convierte en la materialización del sueño de cualquier hombre. Concretamente de Matt (Luke Wilson), abonado a una vida anodina en la que el único sentido de sus esperanzas lo constituye una compañera de trabajo liada con un modelo latino unineuronal, quedándole sólo soportar un colega machaconamente salido y que ejerce de gurú sexual que daría su vida por predicar con el ejemplo.
Un buen día, accidentalmente recibe una oportunidad de una mujer aparentemente normal (Jenny Johnson, es decir, Uma Thurman), que se revelará como la super-heroína que salvaguarda el destino de la humanidad con sus oportunas intervenciones. Es bella, es poderosa, es insaciable. Algo excéntrica, pero es un detalle menor.
En lo que es la presentación de la idea, de los personajes, de su relación y sus primeros singulares encuentros, la cosa funciona y funciona holgadamente bien. Más de lo que cabría esperar. El guión de Don Payne, conocido entre otras cosas por sus labores firmando varios episodios de los Simpson tiene chispa y el acierto de recoger las emociones que debían ser más interesantes de acuerdo con lo descrito y sacarles partido. La doble vida de G-Girl, las situaciones forzadas para ocultar su secreto, el rostro de asombro de Matt y su fascinación al entender el proceso, llevan en volandas a la introducción camino hacia un prometedor nudo Pero ahí queda todo. Cuando llega el momento de que el argumento avance hacía alguna dirección, lo hace a trompicones y con desgana. Ahí, el mismo soñador que fantaseaba a la vez con la heroína que ahora es suya y con la chica que le ignoraba en el trabajo, se sitúa en posición de elegir entre una de ellas. Sólo que las excentricidades de la G-Girl han ido in-crescendo, el protagonista empieza a no sentirse cómodo viviendo la fantasía del lector de cómics, y se avecina la ruptura. En ese punto la chica G pasará de excéntrica a perturbada, la complicación de su vida se volverá insostenible y la película pasará a un ambiente diferente con un humor menos amable y más rudimentario.
La aparición del megavillano, los tríos amorosos y la necesidad de un final que se intuye en la distancia está marcado desde producción para un desenlace pirotécnico donde las destrucciones salvajes son la antesala del remanso de paz de un cierre sin margen alguno para la sorpresa.
Con todo lo tópica manida y cansina que llega a ser en ese tramo, consecuencia lógica por otro lado del género superficial que siempre ha defendido Reitman dentro del ocio efímero -con unos mínimos de calidad- también es cierto que cumple en el global. Vale que no todo el casting llega a estar a la altura de Uma Thurman, que esta sigue siendo demasiado irresistible incluso ejerciendo de perturbada como para hacer creíble cualquier otra preferencia caprichosa de guión, y que es una lástima recurrente que nadie apostase por un final más radical y singular. De lo contrario, podríamos estar hablando de una de esas películas que se recuerdan muy por encima de sus simples pretensiones.