En una época en que las películas de animación se hacen como churros conviene andar con ojo con el tipo de producto que se nos quiere colar a los espectadores. Así, mientras que aceptamos sin reparos prácticamente cualquier producto de la factoría Pixar o agradables sorpresas como Shrek, conviene mantenerse escéptico e inflexible ante otras propuestas que pecan de blandengues y nos retrotraen a los tiempos en que la Disney campaba a sus anchas y dictaba la moda en las cintas dirigidas a los pequeños de la casa.
Eso sí, por mucho que se pueda dudar de la efectividad de Valiant, Madagascar o similares a pesar de su apariencia resultona, es indudable que si el producto es malo de solemnidad nos tenemos que dar cuenta al instante y no habrá razonamientos que valgan para salvarla de la quema. Pues bien, ardiendo se encuentra precisamente La increíble pero cierta historia de Caperucita Roja, debut a la dirección y al guión de Cory Edwards, quien consigue un punto de partida atractivo para todo tipo de públicos, pero sin embargo fracasa estrepitosamente a la hora de desarrollarlo con un mínimo interés.
Al principio de la proyección presenciamos brevemente el cuento de Caperucita que nos sabemos de toda la vida, pero pronto irrumpe la policía en la escena y se desarrollan los interrogatorios a los cuatro implicados en los sucesos, al estilo de Sospechosos habituales. Allí averiguamos cómo han ido a parar a casa de la abuelita y se nos ofrece alguna que otra sorprendente revelación sobre unos personajes que creemos conocer a la perfección.
Ahora bien, si la idea tiene su gracia no podemos obviar que casi todos los demás aspectos empañan lo que podía haber sido una trama con más mordiente (como la antes mentada Shrek), y donde la mezcla entre la tradición de los cuentos y un mundo más moderno (la abuelita practica snowboard, Caperucita da unos golpes de kárate al estilo Matrix...) no acaba de cuajar y peca de inconsistente, máxime si dejamos a los personajes entonar alguna que otra canción que nos hace revolvernos inquietos en la butaca, o si una irritante cabra cantarina hace un numerito absurdo y causa el primer agujero importante en la línea de flotación de una cinta que ya iba dando bandazos.
Se agradece el intento de meter guiños a otras películas o a algún cuento infantil, pero por desgracia ni tienen razón de ser ni nos causan la mínima sonrisa, así que durante los 80 minutos de metraje presenciamos un triste quiero-y-no-puedo argumental ilustrado por una animación pobre, orquestado con una narración caótica en según qué tramos y con unas voces en español que meramente cumplen su labor, es decir, la de dar publicidad a un producto que en otros tiempos quizá se hubiera estrenado directamente en vídeo, ahorrándonos el mal trago de intentar encontrarle alguna virtud en su paso por las salas de cine.