Canto a la resistencia de los métodos tradicionales frente a las ansias devoradoras de los imperios y modas de turno.
La productora británica Aardman Animations siempre ha demostrado exquisitez a la hora de elaborar sus propuestas cinematográficas, desde sus primeros escarceos en forma de cortometrajes –Wallace y Gromit, principalmente– hasta películas como Chicken Run: Evasión en la granja (2000) o Ratónpolis (2006). Precisamente uno de los fundadores de esta compañía, el veterano Peter Lord –firmante de aquel simpático videoclip de My baby just cares for me de Nina Simone en el lejano 1987– se vuelve a poner detrás de las cámaras para dirigir ¡Piratas!, adaptación de una novela de Gideon Defoe, quien también se encarga de escribir el guión.
El film que aquí nos ocupa puede interpretarse en una segunda lectura –estamos ante unos piratas que tratan de sobrevivir al acoso de la reina Victoria– como un canto a la resistencia de los métodos tradicionales frente a las ansias devoradoras de los imperios y modas de turno. No en vano, los estudios Aardman insisten una vez más en recurrir a la técnica del stop motion, empeñados en la laboriosa tarea de dar forma a la plastilina para que plasme en la pantalla todo lo que se pretende transmitir al espectador. Compárese con la cartelera actual, plagada de estrenos de animación que no serían nada sin la informática y el 3D –innovaciones de las que ¡Piratas! también echa mano en cierto modo, no se vayan a pensar– y resulta fácil ver el paralelismo arriba apuntado.
La historia no es lo más atractivo de esta cinta. Un capitán pirata se empeña en ser elegido el mejor en su profesión (en una ceremonia divertidamente parecida a la entrega de los Oscars), y casualmente se topará con Charles Darwin, con quien acabará asociado para lograr sus objetivos, muy a pesar del científico.
Sin embargo, y pese a la simpleza del armazón, la película se rellena con infinidad de detalles y ocurrencias que desbordan por su imaginación, ya sean visuales (las divertidas rutas por los mapas o la presentación de Darwin en su escritorio, por poner dos ejemplos), verbales o sencillamente recurran al slapstick más clásico, sin olvidar los siempre socorridos anacronismos –en ese sentido, sorprenden la inclusión de canciones contemporáneas como London calling de The Clash– o la referencia a diversas personalidades reales de la época reflejada. Incluso se ha llegado hablar de la influencia del humor genuinamente británico de los Monty Python, aunque éste aparezca claramente moderado.
Ingeniosa en lo narrado, brillante en lo visual (baste con contemplar las lóbregas calles de Londres, o los elaborados títulos de crédito finales), estamos ante una propuesta que no quiere renunciar a los métodos tradicionales para conseguir el entretenimiento de pequeños y mayores. No hallaremos aquí la emoción marca de la casa de Pixar, pero indudablemente la imaginación aquí desplegada, el ritmo impecable, el aroma clásico y el cariño puesto en cada fotograma bien valen un visionado desprejuiciado. Eso sí, una lástima que a la vista de los actores que han colaborado en la versión original (Hugh Grant, Martin Freeman, Imelda Staunton, David Tennant, Salma Hayek) aquí tengamos que soportar una vez más la apuesta por alguna voz mediática poco apropiada, como la de Andrés Iniesta (por mucho que José Coronado cumpla con su labor poniendo voz al protagonista).