Manolete es como cualquier infame telefilme de sobremesa que sirve para escuchar cuatro malas frases y ponerse a dormir.
Seis años y muchos litigios después, además de una infinidad de retoques en el montaje final que podemos ver -la cinta duraba en el inicio bastante más que la versión que ahora nos llega-, tenemos por fin el renacimiento de Manolete en nuestras salas comerciales. Una de aquellas cintas malditas cuyas ambiciones eran muchas pero cuyo resultado, finalmente, demuestra que todo se ha quedado en agua de borrajas.
Este es un filme que podría haber dado de sí, pero el contrato de un realizador holandés no parece la mejor opción una vez vista la obra. A base de un tono folletinesco que opta por el salto a los sucesos históricos y por el esbozo reduccionista de personajes, Menno Meyjes despliega un bonito abanico de tienda de souvenirs falsos, de color rojo sangre, en el que se dibuja una España repleta de toros, amantes ibéricos y mujeres de moral distraída y en el que se obvia por completo los sucesos de la vida del icónico matador.
Manolete es como cualquier infame telefilme de sobremesa que sirve para escuchar cuatro malas frases y ponerse a dormir. Supuestamente basada en hechos reales, la cinta muestra primacía en el aspecto más culebrón del personaje retratado así como en sus habilidades amatorias de dormitorio. La cinta pretende focalizar sus esfuerzos en la relación entre el torero y Lupe Sino, actriz de mala reputación que aquí ejerce el contrapunto de mujer fatal, logrando dejar a su objeto de deseo como un mero tonto seducido a su merced.
Es en esta pareja en la que el guión pretende hacer más ahínco intentando evitar los lugares comunes del biopic o del documental. Sin embargo, los tópicos y mitos sobre la España de la posguerra y de la pandereta y el baile afloran por cada esquina. Su enfoque sobre el diestro y su amor loco ni siquiera está narrado con decencia por culpa de unas lineas argumentales inexistentes que denotan luna alarmante falta de ideas en su guión. Además, la dirección de Menno Meyjes se revela más propicia al mundo seriado sin grandes aspiraciones que al terreno cinematográfico.
En medio de este descalabro fílmico tenemos a Adrien Brody y Penélope Cruz, quienes antaño mantuvieron un idilio orientado a promocionar este filme, según muchos. Brody, pese a tener un parecido con el torero que hace que uno se frote los ojos, no demuestra suficientes tablas como para encarnar a tan mítico personaje, mientras que nuestra Pe hace lo que siempre se le dio mejor antes de su salto al charco, pegar cuatro gritos al aire, pasearse medio desnuda ante la cámara y encamarse a las primeras de cambio, amén de practicar su embrujo español, que no es poco.