El universo Solondz sigue intacto después de presenciar esta cuarta entrega de sus insólitas inquietudes.
El cine de Todd Solondz sigue poblado de geniales anomalías que hacen de este director el más independiente de entre los independientes. La soledad y el llanto por la pérdida del sueño americano se acentua en cada producción como un sello marca de la casa. Con su primera incursión cinematográfica "Bienvenido a la casa de muñecas" se hizo un hueco en los corazones freakies de todo el mundo valiéndose de un humor corrosivo como acompañamiento de un atajo de perdedores. Con Happiness, la sonrisa se congela dando paso a un más que incómodo descenso a los infiernos de la clase media: fracasos, depresión, el retrato de una América bien distinta a la esperada, pero tan real que da miedo (algo así como American Beauty pero a lo bestia).
Han tenido que pasar dos años para que la Palíndromos llegue a nuestras pantallas y no hay ni que decir que el universo Solondz sigue intacto después de presenciar esta cuarta entrega de sus insólitas inquietudes. La desestabilización familiar sigue siendo un tema recurrente dentro de su filmografía, y en el caso concreto, la radiografía de puertas a dentro se nos ofrece en forma de aterradora visión del núcleo familiar tal y como quedó referenciado en anteriores propuestas.
Nuestra protagonista, Aviva, sólo tiene doce años – para ello se ha valido de dos mujeres, cuatro chicas de catorce años, un chico de doce y una niña de seis, que se meten en la piel de Aviva: un punto más de desconcierto- y ya quiere ser madre. Tras un intento fallido que acaba en aborto, Aviva se escapa de casa abriéndose camino hacia lugares extraños en un intento por lograr su propósito. A partir de este momento, el mundo se convierte en un microcosmos insano repleto de hipocresía amarga y con una carga de pesimismo no apto para cualquier paladar. Y es que en eso consiste la mirada por la que el cineasta Todd Solondz pretende hacernos ver el mundo en el que vivimos. Su peculiar estilo no deja indiferente al espectador que asiste atónito a la narración en un puro ejercicio de deconstrucción de una sociedad alienada por el sometimiento de sus propios miedos y necedades. El relato, cruel hasta decir basta, cuenta una vez más con el beneplácito de su público más incondicional, perturbando con este filme las conciencias de una platea acostumbrada a su sana perversión mental.
Así pues, Palíndromos se ajusta en gran medida a lo esperado, brutal, ácida, una sonora bofetada a la bienpensante a una sociedad que, de tanto en tanto, bien merece algún que otro vapuleo.