La película no juega la baza de reírse de sí misma, adoptando desde su arranque un tono grave y formal que no le hace ningún bien.
Cuando nos enfrentamos al visionado de una película como la que aquí nos ocupa, con un título tan colorido, las expectativas suelen ser las de encontrarse con algo tan casposo como la oportunista Abraham Lincoln vs. zombies de Richard Shenkman, una película de serie B nacida a rebufo de este proyecto vampírico que indiscutiblemente va a obtener una mayor repercusión mediática y comercial, pese a que sus resultados finales no difieran en exceso.
Abraham Lincoln: Cazador de vampiros reescribe la historia del presidente norteamericano para hacer que se ajuste a una infancia donde supuestamente un vampiro mató a su madre. A partir de ahí asistiremos al entrenamiento de un joven Lincoln de cara a convertirse en un exterminador de chupasangres, buscando venganza, y a su posterior ascenso al poder supremo de su nación, posición desde la cual dirigirá la Guerra Civil con el objetivo secreto de eliminar a todos los no muertos, protegidos del Sur de lo que posteriormente serían los EE.UU.
Obviamente cuesta horrores tomarse en serio un argumento así, pero la película no juega la baza de reírse de sí misma –y eso que había material para hacerlo–, adoptando desde su arranque un tono grave y formal que no le hace ningún bien. Relajar el tono hubiera sido una buena forma de evitar hacer tan visibles errores de muchas otras producciones de este calibre, repletas de absurdos lugares comunes y fallos del guión que mueven a la risa involuntaria. Baste con decir que los espectadores aficionados al cine de bajo presupuesto seguramente se queden esperando a que el firmante de este despropósito sea el germano Uwe Boll en vez de Timur Bekmambetov.
Precisamente hablando del realizador kazajo, decir que sigue confirmando su nula capacidad para presentar un cine que ofrezca algo más que plasticidad visual y acción confusa sin demasiado sentido. Si bien Guardianes de la noche sorprendía por la novedad, ya el inicio de su carrera en suelo americano con Wanted dejó las cosas claras acerca de su poco criterio a la hora de elegir guiones que llevar a la pantalla grande.
Aunque claro, si hay que hablar de poco criterio aquí tenemos también a Tim Burton, productor que ya coincidiera con el propio Bekmambetov en la deficiente Número 9, y que reincide en este espanto con guión de Seth Grahame-Smith, autor de la novela donde se basa, así como del libreto de la discreta Sombras tenebrosas.
Pese a su obvio espíritu bizarro, el máximo error de la cinta es entregarse a todos los efectismos del cine comercial actual. Sólo ofrece una evasión nada original, desprovista de un gancho que atraiga a los espectadores que busquen algo ligeramente diferente. Pero hay más aspectos que la convierten en algo insufrible: la banalización de la lucha por abolir la esclavitud, el amor por el exceso visual, su vulgaridad, la confusión de sus escenas de acción –con el añadido de un 3D prescindible, una vez más–, el guión atropellado e incoherente (dentro de una premisa descabellada pero aceptable según los cánones del género fantástico)... Capítulo aparte merecerían las reglas sobre los vampiros, que aquí se pasean bajo el sol y se vuelven invisibles, entre otras lindezas.
En definitiva, una historia patética contada de un modo tan trillado que produce rubor a lo largo de todo su metraje. Para dar con algo más sólido –salvando las obvias distancias de estilos– habrá que esperar al Lincoln de Steven Spielberg y Daniel Day Lewis, que ya está en fase de posproducción.