Jugando a ser más costumbrista que cómica, el filme opta por no entregarse a excesivas estridencias humorísticas
Hay que ver qué manía tienen los norteamericanos de exponer una y otra vez su peculiar visión del matrimonio en películas como la que aquí nos ocupa. Cada año llegan a las pantallas decenas de filmes empeñados en diseccionar y mistificar las relaciones sentimentales –entre un hombre y una mujer, faltaría más– y otros aspectos relacionados con las mismas: las nupcias, la paternidad, los roles dentro de la pareja y de la familia... No obstante, a la vista de la media de sus recaudaciones y de su constante presencia en la cartelera, habrá que deducir que, por muy sobados que estén estos argumentos, siempre habrá seguidores de estas comedias románticas para alimentarlas en taquilla.
En Eternamente comprometidos volvemos a encontrar al casi omnipresente Judd Apatow en la producción, mientras que repartiéndose la dirección y el guión tenemos a Nicholas Stoller y Jason Segel, colaborando por tercera vez tras las mediocres Paso de ti y Todo sobre mi desmadre, y demostrando que mucho tienen que cambiar las cosas para que ambos logren entregarnos algún día un producto de cierta enjundia, o que al menos nos arranque merecidamente unas risas.
Alejándose de los argumentos más transgresores y “de colegueo” marca de la casa de la factoría Apatow, la película nos presenta a una pareja –excelente Emily Blunt, encasillado el propio Jason Segel– que se compromete y accede a casarse cuando apenas se ha cumplido un año desde el inicio de su relación. Sin embargo, las circunstancias harán que la boda se posponga una y otra vez, poniendo a prueba su unión y la capacidad de comprensión para con el otro.
Jugando a ser más costumbrista que cómica, el filme opta por no entregarse a excesivas estridencias humorísticas, partiendo de un nivel discreto que no desagrada, pero que tampoco atrapa desde el principio (en vez de romper con una gran explosión inicial para luego desinflarse, como sucede en otros productos similares). Ausente de tensión, la trama va además avanzando sin ritmo claro durante más de dos horas de metraje que evidencian la incapacidad de sus responsables para usar la tijera en la sala de montaje.
Acosados por el aburrimiento en la sala, es inevitable entregarse al sano ejercicio de analizar dónde se podían haber aligerado minutos, buscando la concisión y una duración razonable. Y es que el guión no sabe resolver sus situaciones con dos frases certeras y una elipsis ingeniosa, sino que elige agotar al espectador a base de dar vueltas a lo mismo durante tres o cuatro minutos, una y otra vez. Demasiadas escenas no aportan absolutamente nada, y ni siquiera traen la recompensa final de un chiste digno.
Queriendo ser entrañable en su –previsible– análisis del matrimonio, estamos sin embargo ante un título cansino, conformista y vacuo, que no aporta absolutamente nada a un género que ha contado con mejores contribuciones. De lo poco a salvar, una vez más, un par de secundarios muy entonados, procedentes de la televisión: Alison Brie (Community) y Chris Pratt (Parks and recreation).