Parece que a la hora de proseguir la explotación de sagas, el salto hacia atrás como vía para evitar el rechazo a la numerología tipo "viernes 13 novena parte", cuela. O mejor dicho, pre-cuela.
Con este absurdo juego de palabras, se pretende incidir en lo mucho que se permite a la hora de volver a un pasado donde hay que hacer demasiadas concesiones para dar coherencia a películas antes vistas pero posteriores en el tiempo de celuloide. Así, uno puede acabar pensando que la Guerra de las Galaxias supuso una verdadera ecatombe universal, y por ello la trilogía de culto ofrecía un mundos menos tecnológicos que en su "pasado" (y nuestro futuro) de Episodios anteriores; o que Hannibal el Canibal, acabó haciéndose un lifting y tratamientos rejuvenecedores al acabar la parte de su vida que se relata en este episodio.
Porque un Anthony Hopkins demasiado arrugado para ser aquella fiera humana que nos aterró hace una década, se acaba limitando a una amable conversión en burla al personaje, un motivo para inevitables bromas de humor negro con que provocar risas abiertamente intencionadas.
Su personaje pues, acaba por reducir su importancia. La campaña promocional que trataba de justificar este salto al génesis para hacernos entender las razones de su maldad, es ni más ni menos un innecesario engaño. Ni se cuentan claves de cómo una bestia se apoderó de un hombre refinado, ni la película los necesita para atraer a los curiosos.
El verdadero centro lo componen los personajes antagónicos representados por Ralph Fiennes -que empieza a hacer enfermos mentales de forma soberbia- y Edward Norton, quien lleva ya mucho tiempo demostrando sus cualidades como para dudar de su rol como uno de los mejores actores de la meca del cine.
Aunque ahí no acaba el repertorio: Harvey Keitel comedido y discreto pugna por el puesto secundario con Emily Watson, interpretando a una ciega con su solvencia característica. Con todo esto, es algo comprensible que en los carteles promocionales sea complicado encontrar las pequeñas letras del nombre del director. Evidente que, con lo que representa la última bala (o mejor, el último mordisco) de este mundo carnicero, pues Anthony Hopkins ya no quiere saber nada más del tema (o al menos eso dice), la producción ha ido por todo lo alto, y conseguido un escalofriante repertorio de actores, la dirección es cuestión de moderada importancia... Cuestión eficazmente resuelta con el nombramiento de un habitual de comedias ligeras como Family Man (Brett Ratner).
Su corrección aporta lo justo para no molestar -cosa que en estas ocasiones de voraz ansia económica no siempre es fácil- y sabe dar tensión allá donde es necesaria, y dejar que los personajes hagan lo que saben. Unos matar a lo bruto, otros investigar a lo Sherlock.
El resultado es lo suficientemente bueno como para que los seguidores sólo tengan que ordenar la calidad de cada una de las partes. Aunque difícilmente habrán dudas en torno al primer puesto.