No es una novedad que Del Toro privilegie en su filmografía lo “freak”, lo extraño, lo anormal, sobre lo cotidiano. El director de “Cronos” (1993), “Mimic” (1996) o “Blade II” (2002) tiene muy claro que el otro lado del espejo puede servirnos no solo para sobrellevar el ingrato día a día del nuestro, sino incluso para aportar sentido y consuelo al desierto de lo real. Siempre, por supuesto, que estemos dispuestos a rasgar el velo de los miedos y las convenciones.

A la protagonista de “El Laberinto del Fauno”, Ofelia, no le resultará difícil dar el paso decisivo a un universo fantástico. Ofelia tiene trece años, una edad fronteriza entre la niñez y la madurez como mujer. Además su entorno es terrible: la película se desarrolla en una apartada población de la España de 1944, centro de las luchas que aún mantienen los vencedores de la Guerra Civil con los despojos de la resistencia republicana. Ofelia viaja hasta allí con su madre para reunirse con el nuevo marido de ésta, un bárbaro militar franquista. El futuro se presenta para la joven en un estricto gris, que sin embargo dará paso a otras tonalidades cuando una noche descubra en unas misteriosas ruinas a un fauno que le hará partícipe de una serie de revelaciones cargadas de aventura y emoción, pero también de terribles percepciones auspiciadas por el mundo exterior.

La historia de “El Laberinto del Fauno” se incluyó inicialmente en el guión de “El Espinazo del Diablo” (2001), y ciertamente hay entre ambas películas muchos puntos de conexión. Cuando Del Toro rueda en Estados Unidos, sus ficciones adoptan formas aparentemente escapistas y comerciales. Cuando tiene la oportunidad de dirigir en nuestro país, sus proyectos adquieren texturas más complejas; en las dos películas de las que hablamos han adoptado como arriesgado telón de fondo la Guerra Civil, periodo histórico por el que Del Toro siente una particular atracción: “Muchas personas fundamentales en la creación de una cultura cinematográfica en Méjico durante la segunda mitad del siglo XX fueron españoles exiliados, y he tenido la oportunidad de escuchar muchos testimonios de primera mano sobre el conflicto, que en mi caso han pasado a conformar un imaginario inclasificable”.

Trasladar a la pantalla ese imaginario ha supuesto una gran presión tanto para el realizador como para su equipo de producción –del que, por cierto, ha formado parte Alfonso Cuarón- y los intérpretes. Del Toro, como en él es habitual, ha controlado todos los aspectos creativos, incluyendo los efectos visuales y el diseño de producción, para que los diez millones de euros presupuestados lucieran en el film como si fueran treinta o cuarenta. Con solo 12 semanas para la pre-producción y 14 para el rodaje en tierras segovianas, el ritmo de trabajo hizo perder a Del Toro tres kilos semanales, y que los actores hubieran de ceñirse a storyboards muy precisos: “No estoy acostumbrado a tanta exigencia técnica” –comenta Sergi López, que encarna al futuro padre de Ofelia-, “pero intento divertirme con el juego, inventar y creer que puede suceder algo”.

Aunque es pronto para determinar la recepción a la película, su proyección en la última edición del Festival de Cannes ante un público exigente y especializado se saldó con aplausos y el entusiasmo de bastantes críticos. En “Imágenes de Actualidad” (nº 262) Hilario J. Rodríguez considera “El Laberinto del Fauno” la mejor película de su autor, y destaca el “magistral diseño de producción de Eugenio Caballero”. Esteban Hernández, más cauto, apunta en “Dirigido por…” (nº 359) que, en cualquier caso, se trata de un film entretenido, en el que Del Toro “da la vuelta a los esquemas habituales: es la realidad la que está irremisiblemente alterada, el monstruo es de carne y hueso y lo imaginario simplemente viene en ayuda de quienes se le resisten. Si hay algo que debamos temer, más que la oscuridad, es la luz del día”.