Si bien la trama es relativamente firme, es su puesta en escena la que irrita sobremanera.
Comencemos por recordar que Desafío total (Paul Verhoeven, 1990) se convirtió en su día en todo un icono del cine de ciencia ficción. Dirigida por un realizador de culto, y en buena parte al servicio de Arnold Schwarzenegger –uno de los mayores héroes del género de acción de la década de los 80–, la cinta, que adaptaba un relato corto de Philip K. Dick, dejaba huella gracias a la combinación de acción trepidante, reflexiones básicas sobre la realidad y las percepciones humanas, así como unos cuantos sanos toques de humor.
Revisionada en la actualidad, la cinta del realizador holandés acusa un envejecimiento lógico cuando han transcurrido más de dos décadas tras su estreno, pero pese a todo mantiene un cierto encanto que logra que buena parte de los aficionados al género fantástico obvien sus poco ocultos defectos: las nulas dotes interpretativas del austriaco, lo risible de muchas situaciones, una ambientación hija de su época o un final sin pies ni cabeza. Todo ello queda aparcado a un lado cuando se comprueba que incluso hoy en día la historia todavía funciona y entretiene, haciendo gala de un buen ritmo y conteniendo además un puñado de frases de antología. Poco más se puede pedir a un pasatiempo sin excesivas pretensiones.
Haciendo oídos sordos a la sabia máxima de “Si no está roto no lo arregles”, a algún avispado productor de Hollywood se le ha ocurrido realizar un remake de la película, encargándole el guión a un equipo capitaneado por un Kurt Wimmer (Salt, Ultraviolet, Esfera) que no destaca precisamente por sus logros. Si lo completamos con la dirección de Len Wiseman (La Jungla 4.0, así como las dos primeras entregas de Underworld), el desastre está asegurado, máxime cuando millones de fans repartidos por todo el globo van a estar analizando el trabajo de todos ellos con detenimiento.
Para concretar, digamos que esta nueva versión del filme actualiza la historia original, respetando ciertos tramos y escenas, e introduciendo novedades donde lo cree pertinente –en algunos casos acertadamente, para qué negarlo–, pero sin mejorar en ningún momento las sensaciones que transmitía la cinta de Verhoeven. Otras decisiones, sin embargo –aquí no se viaja a Marte, ni vemos los mutantes que allí habitan– no se terminan de explicar.
Si bien la trama es relativamente firme, es su puesta en escena la que irrita sobremanera. Los personajes apenas tienen matices y no dejan la más mínima huella en el espectador. La historia quiere ser tan grandilocuente y tomarse tan en serio que se han eliminado los puntos humorísticos que todos recordamos de la primera adaptación. Además, estamos ante un título aparatoso en todo lo referido a sus segmentos de acción, con miles de balas disparadas sin que los personajes resulten heridos, eternas persecuciones –la de los coches flotantes es particularmente aburrida– y diversos ejemplos más.
Aunque las atmósferas son resultonas –deudoras de Blade runner o Minority report, eso sí–, los apabullantes efectos especiales acaban por saturar, y uno se pregunta si habrán de transcurrir veintidós años para que este filme envejezca, o si bastará una sola década para que caiga en el mayor de los olvidos. Empeñados en entregar una película espectacular y trascendente, los responsables de la misma han convertido este innecesario remake en un producto torpe, frío y vulgar.