Tiene la importancia de alumbrar con perspicacia y elocuencia un futuro cuyo camino sigue con esmero el trazado de la realidad actual.
El cine de ciencia ficción siempre ha formado una idea del futuro en el subconsciente colectivo, estableciendo una imagen común de un mañana que se diseñaba marcada por el momento desde el que se proyectaba. Si la fuente de desvelos es la guerra fría y un invierno nuclear, el avance de la tecnología que hace temer a un ser humano relegado, el ecologismo en tono agorero o la amenaza del fundamentalismo islámica, los visionarios han sido permeables a estos factores para utilizarlos como guías de sueños que cobraban más verosimilitud cuanto más acertaran al identificar estos rasgos.
De ahí han surgido futuros devastados y postapocalípticos con referencias como Mad Max, atmosféricos y tecnológicos con otras como Blade Runner o Minority Report, de pérdida de identidad real ante el poder de la realidad virtual como Matrix, Nivel 13 o –al menos parcialmente– Desafío total... todos con argumentos que iban calando, formando nuestra imaginación con solidez gracias a la lógica con que se armaban.
Los Hijos de los Hombres, adaptación de Alfonso Cuarón (Y tu mamá también, H.Potter y el prisionero de Azkabán) de una novela de PD James tiene la importancia de alumbrar con perspicacia y elocuencia un futuro cuyo camino sigue con esmero el trazado de la realidad actual, dejando a muchas de las predecesoras en una posición más inocente por irreal. Cuarón recoge las premisas de una sociedad repleta de contradicciones y peligros obvios y desde ahí moldea un futuro que se debate entre la suciedad urbana de un drama anunciado y la inutilidad cotidiana de un progreso de más planas pantallas de plasma.
La idea de enfocar a una humanidad que ha perdido su posibilidad de procrear, en que la inmigración se ha convertido en el chivo expiatorio merecedor de una persecución frontal, traduce a la perfección el recopilatorio de valores de una cultura preocupada por inundar sus casas con los últimos gadgets tecnológicos y entretenimientos efímeros para acrecentar una comodidad en la que no cabe la descendencia, capricho insolente sin margen en el estrecho nicho hipotecario.
Si la idea está desarrollada con acierto y claridad, este es sólo uno de los tres pilares que hacen de esta una de esas cintas referencia del género. Otro es el acierto visual al recrear un frío Londres que ha evolucionado en la inmundicia convencida de haber sobrevivido cuando las demás ciudades del mundo caían a base de inyectarse dosis de fascismo. Entre sus escombros se percibe la contradicción de una evolución en que riqueza y pobreza han proseguido abriendo una brecha cada vez mayor. Y un tercer acierto está en un guión cuya evolución argumental no sigue un rumbo marcado por la previsibilidad sino que su naturalidad y realismo hace que cada paso sea un avance repentino marcado por la búsqueda desesperada de una salida hacia delante que aparece de cualquier manera, en una sucesión de acontecimientos impredecible marcada por la tensión y la escasa esperanza de éxito que hace más nítido el thriller y más palpable el peligro. La adaptación a guión del propio Cuarón con un inexperto salido del telefilm como Timothy J.Sexton se convierte pues en otro factor decisivo.
El conjunto hace que cada fotograma nos ubique en un escenario tangible, lejos de la tendencia habitual a recrear estancias del futuro a modo de esterilizado escaparate publicitario o de videoclip extravagante, con la permanente sospecha de que podríamos terminar en un lugar sospechosamente parecido. La compañía de un casting igualmente creíble que forma personajes escépticos, meros supervivientes, o luchadores peligrosamente convencidos de su propia realidad, forman un ruido diverso donde palabras interpretan bombas a su propia conveniencia, unos se entregan a una causa indefinida mientras otros intentan en lo posible limitarse a seguir adelante, dejando paso a una única esperanza encarnada en el seno de una ilegal embarazada. El tono es tan frío y crudo que se sufre tanto con sus constantes obstáculos como se palpan en primera fila emociones de insólita humanidad.
Los Hijos de Los Hombres conduce a un espectador cómplice, téstigo de primera fila por medio de una cámara peligrosamente cercana -hasta el punto de llegar a mancharse de sangre en su avance- a un lugar en que se vive con proximidad una experiencia que da para pararse a pensar en el destinto que nos aguarda. En el que quizá haya también algo de esperanza.