Pese a contar con una buena ambientación y fotografía, Atrapados en Chernóbil no ofrece nada nuevo.
Oren Peli lleva un tiempo demostrándonos que es un tipo listo. El creador y cabeza pensante de la saga Paranormal activity, no contento con el espectacular rendimiento en taquilla de su criatura –pronto llegará la cuarta entrega, quién nos los iba a decir– se encuentra también detrás de la producción de la película que aquí nos ocupa, acompañado en la escritura del guión por los hermanos Shane y Carey Van Dyke, responsables a su vez de títulos editados directamente para consumo doméstico en Estados Unidos, cintas de serie B como –atentos a los nombres, que no tienen desperdicio– Paranormal entity, Transmorphers: Fall of man o Titanic II.
Prosiguiendo con su gusto por el terror con tintes minimalistas y presupuesto escuálido, Peli y compañía orquestan un argumento tan manido que antes de empezar la cinta ya prácticamente nos sabemos cómo van a desarrollarse todos y cada uno de sus actos. De nuevo tenemos a un grupo de jóvenes viajeros norteamericanos visitando países extranjeros, y que gracias a sus pocas luces terminarán metidos en un bueno lío –algo que ya hemos visto previamente en Hostel o Turistas–. En este caso una excursión por la ciudad abandonada de Prypiat, cercana a la tristemente célebre central nuclear de Chernóbil, se transformará en una pesadilla cuando nuestros protagonistas se vean acosados por animales mutados y otros tipos de inquietantes amenazas.
Pese a contar con una buena ambientación y fotografía –las localizaciones húngaras y serbias se han trabajado bastante– y mostrar una contención inicial bastante agradecida, lo cierto es que Atrapados en Chernóbil no ofrece nada nuevo, siendo su público ideal los adolescentes con ansias de presenciar una más de terror palomitero. De hecho, el filme carece de tensión, ya que casi desde el primer momento sabes cómo van a terminar los protagonistas, y ansías que llegue ese instante. Con un suspense inexistente y una casi nula capacidad de sorpresa, el aburrimiento va haciendo mella en los espectadores con un poco de criterio, pese a la breve duración de este despropósito.
Además, en el tramo final se cae directamente en lo irrisorio, concatenando sustos y reacciones estúpidas por parte de los personajes hasta llegar a una conclusión directamente grotesca. La dirección de Brad Parker apunta en un principio hacia el realismo mediante la técnica del falso documental cámara en mano, pero pronto abandona dicho camino para transitar una realización no por rutinaria menos confusa. Poco más hay que rascar en un producto obviamente orientado a seguir llenado las arcas de sus máximos responsables.