El anhelado encuentro de Dick y Linklater se salda con un resultado inerte, de poco calado, que no convencerá ni a seguidores de ambos ni a un público profano
Como prólogo, una apreciación subjetiva: el abajo firmante es un gran admirador tanto de Philip K. Dick, autor de la novela en que se basa A Scanner Darkly, como del realizador del film, Richard Linklater.
De Dick uno cree haber leído toda su obra publicada en castellano, desde los relatos más ignotos hasta sus escritos ajenos a la ciencia-ficción (Ir Tirando, Confesiones de un Artista de Mierda), así como la biografía de Emmanuel Carrère e incluso alguna novela que le tiene como protagonista (La Ascensión Secreta, Michael Bishop). La mezcla de paranoia, anticipación, desconcierto y ternura que domina su narrativa es irresistible.
En cuanto a Linklater, las maneras dialécticas y errabundas de sus películas más personales (Dazed and Confused, Waking Life, Antes del Amanecer, Antes del Atardecer) no solo resultan especialmente significativas en el contexto de los debates por los que atraviesa el cine contemporáneo, sino que ofrecen además una faceta existencialista y romántica que concuerda con la de Dick. Recordemos que la anterior experiencia de Linklater con la animación rotoscópica, Waking Life, incluía un comentario del propio director sobre otra novela del escritor, Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, que servía curiosamente para prever la existencia de la película que ahora nos ocupa.
El problema es que todas estas confluencias y afinidades espirituales no germinan en la obra maestra que uno esperaba. Muy al contrario, propician como mucho una reflexión sobre la dificultad de conjurar la magia en una creación artística, aun contando con ingredientes selectos y armónicos. Porque A Scanner Darkly es una película inerte, aburrida, que no funciona ni como ilustración de los intereses de Dick, que pasaban en Una Mirada a la Oscuridad por retratar un momento personal y sociohistórico (1973-1977) marcado por la desconfianza hacia la autoridad, el abuso de las drogas y la resaca del movimiento hippie; ni como reflejo de las ambiciones de Linklater, que ha pretendido metamorfosear el texto original para hablar de cómo la “guerra contra el terror” planteada por el gobierno de George W. Bush beneficia únicamente sus políticas y a las grandes corporaciones, y amenaza las libertades individuales de los ciudadanos.
Cuestiones que pueden apreciarse en pantalla, por supuesto. Pero enunciadas, sin que trasciendan en ningún momento lo puntual, en un conjunto lastrado por lo laxo, lo anecdótico y lo confuso del desarrollo de una historia ubicada en un futuro cercano, y centrada en un policía (con los rasgos de Keanu Reeves) que se infiltra en un grupo de consumidores y traficantes de droga. Lo único que merece considerarse es el proceso de animación, realizado sobre imágenes y actores reales, no ya porque brinde una textura de gran belleza y efectos ingeniosos –como la cobertura que preserva la identidad del protagonista frente a propios y extraños-; sino porque dota a la imagen de una cualidad flotante, fluida, que hace más por el carácter extraño del relato que cualquier multimillonario trabajo de decorados y efectos visuales.
A Scanner Darkly es una versión de Philip K. Dick despojada de la intensidad y desamparo que distinguían al escritor, y una película de Richard Linklater sin la chispa vital que ha alumbrado hasta sus trabajos más comerciales. Decepcionará a los pocos que tengan a ambos artistas como referencia cultural, y aburrirá al resto de los mortales.