Su primera parte era un entretenimiento meritorio y muy saludable que merecía correr mejor suerte en su continuación.
¿Puede ser que una película de lo más zafia obtenga cifras estelares? Sabíamos que sí, y ahora esta secuela confirma la temida respuesta. Liam Neeson se vuelve a meter en la piel de Bryan Mills, un agente retirado de la CIA que tendrá que vérselas con un misterioso personaje que a su vez busca sangrienta venganza como el título español nos indica. La causa de la venganza viene de la primera parte de esta secuela, donde el protagonista no pensó en las consecuencias de dejar tanto cadáver a su paso. Sin embargo, en esta ocasión no será su hija la que sufra las penurias –las físicas, al menos- de un secuestro como sucedía en aquella sino que serán Mills junto con su esposa los que serán tomados como rehenes.
Neeson y el director de este desentuerto, Olivier Megaton, parecen estarse especializando en cine con poca originalidad y muchos mamporros. Mientras que el primero parece tener la voluntad de encadenar películas de acción desenfrenada y convertirse en algo parecido a Bruce Willis o Nicolas Cage en el sentido más cuestionable (ahí tenemos Taken -la primera parte de ésta-, Sin identidad, El equipo A o Battleship), Megaton dirige esta nueva cinta después de haberse encargado de la tercera parte de Transporter o de Colombiana, productos que carecían del fuelle necesario como para que una cinta de tiros por doquier y personajes resentidos vuele más allá del ras de suelo.
Desde luego, Neeson –al igual que los otros mencionados nombres masculinos repetidores en el cine de acción- parece haber nacido para interpretar este tipo de papeles aunque para ello haya dejado de lado su carrera más seria. Él es quien consigue mantener cierto interés durante su metraje, además de haberse prestado a una astuta maniobra publicitaria (vean el tráiler, para comprenderlo), lo que no impide que la película sea una de aquellas desventuras sonrojantes que causan vergüenza ajena.
Superflua, mal llevada, inverosímil e inepta, Venganza: Conexión Estambul es uno de esos fiascos de los que casi nada ni nadie se puede salvar -salvo Neeson, ya lo hemos dicho-. Pero cierto también es que fracasa gravemente por comparativa. Su primera parte era un entretenimiento meritorio y muy saludable que merecía correr mejor suerte en su continuación. Por supuesto, la saga ya se rumorea destinada a la trilogía y es que Luc Besson, aquí productor y guionista, está desarrollando un cine de acción basado en una ingeniosa excusa argumental (la Europa Corp., de donde también sale la saga Transporter) para lanzarnos unas series de películas que empiezan con suficiente despegue pero que acaban en desastre.