Ejecutada con solvencia, El fraude cumple con lo esperado.
El viejo dicho de que la realidad supera a la ficción sigue tan vigente como siempre. Aun así, en El fraude nos encontramos de nuevo con el intento de volcar en una película una historia que ahora más que nunca es de rabiosa actualidad. En el contexto de la crisis que sacude al planeta, un magnate de éxito se verá sumido en una serie de complicaciones cuando esté a punto de salir a la luz una estafa financiera que ha llevado a cabo, y que amenaza con derrumbar todo su imperio y arruinar para siempre su perfecta imagen de cara a sus semejantes y hacia los medios de comunicación.
Con evidentes ecos y referencias a sucesos reales acaecidos en los últimos años, la trama nos presenta a un tiburón de las finanzas que en un momento determinado cayó en el lado oscuro, saltándose la legislación para lograr mayores beneficios, y que debido a ello se encuentra en un punto límite donde sólo una jugada desesperada puede hacerle salir bien parado. Sin embargo, un inesperado giro de su relación con su amante –de nuevo la doble moral de la gente con dinero y poder– complicará aún más las cosas, poniendo a prueba la capacidad de reacción del protagonista.
Estamos ante un thriller bastante contenido –no esperen tiroteos ni persecuciones– que se apoya en noticias que podemos encontrar casi a diario en los medios de comunicación para dar forma a un interesante retrato de esa gente que se cree intocable, salvo cuando empiezan a aparecer grietas en todo el entramado que sustentan. En ese sentido, Richard Gere defiende con pericia, en una de sus mejores interpretaciones, a un personaje torturado por las mentiras y la doble vida que él mismo ha elegido llevar.
El filme encuentra un equilibrio entre la reflexión acerca de ciertos tejemanejes económicos y el retrato sociológico de quienes los maquinan, centrándose en el drama del personaje de Gere pero sin dejarnos olvidar que por culpa de personas como él hay mucha gente de a pie que está pasando penurias. Moviéndose en aguas del género negro, la película logra mantener la atención sin grandes golpes de efecto, moviéndose entre la contención de un cine más independiente y la calidad técnica –destacan la fotografía, la ambientación y la música– de cintas para un mayor púbico.
Ejecutada con solvencia, El fraude cumple con lo esperado. No abusa de la tensión, sabe transcurrir lentamente pero sin parsimonia, y aunque finalmente decide no cerrar la historia y optar por un final abierto que pude irritar a buena parte de los espectadores –por lo que parecía prometer y finalmente no nos da–, lo cierto es que la actualidad de la temática le hace ganar enteros. No pasará a la historia, pero la manera en que retrata la parcela concreta en que se decide centrarse la convierte en un saludable y entretenido documento.