Paul Schrader se ha ganado a pulso la categoría de autor de culto con obras como El beso de la pantera, Mishima o Aflicción. Ahora vuelve con Adam resucitado(decimos ahora pero fue rodada en 2008), suponemos para reclamar su parcela de intelectualidad reconocida en el cine de circuitos de versión original, pero lo hace con una caída libre de casi dos horas. No es que Schrader no tenga aquí capacidades de transmitir la habitual dureza de sus imágenes, que las tiene, sino que se ha decidido a filmar una de aquellas obras malditas que se presuponían inadaptables.
La trama en cuestión, del periodista y escritor hebreo, Yoram Kaniuk, versa sobre la conexión surgida entre dos supervivientes del genocidio judío, perpetrado por los nazis durante la II Guerra Mundial, en el Israel de los años 60. Estos dos personajes son un veterano actor e ilusionista, que vivió la fama de su profesión en la década de los años 20 en Berlín y su confinamiento en un campo de concentración en los años posteriores, y un niño devorado mentalmente por el mismo bastardo nazi que le maltrató a él en su cautiverio.
Tan espinoso tema es perfecto para las temáticas habituales de Schrader aunque esta vez se le haya ido la mano, quizás en busca de nuevas experimentaciones narrativas. Schrader aquí es Schrader pero también juega a ser otros directores del tipo David Lynch, Lars Von Trier o David Cronenberg. Es absolutamente imposible trasladar a estas líneas la multitud de capas cinematográficas que se pueden deshojar en esta película, así como sus múltiples lecturas. Para ello, Jeff Goldblum se convierte en el automóvil inmenso que usa Schrader para vehicular esta función única. El actor reaparece aquí para realizar su interpretación más compleja y más completa, aunando todos los niveles soterrados que el filme contiene.
Se trata de uno de esos dramas ásperos y extremadamente bizarros que encaja a la perfección con la filmografía del realizador. Bien estructurada, correctamente narrada y mejor interpretada, Adam resucitado recurre a sucesivos flashbacks para caminar sobre dos arcos argumentales maestros que confluyen en una misma historia -o en varias, según se mire-. Por momentos, a uno le parece que Schrader no es capaz de compensar ambas delineaciones cayendo en lo extravagante y en lo grotesco, mientras que en otros logra secuencias verdaderamente brillantes, si bien es cierto que éstas son las que menos abundan.
Su relato tampoco resulta mucho más equilibrado aunque se pretenda trascendente. Las dilucidaciones que vierte la historia aquí propuesta se mueven entre lo alucinado y lo febril, pudiendo ser gusto de paladares ávidos de nuevas rarezas y, sin embargo, también poniendo lo amargo como nota predominante. Es como si a cada secuencia parezca asomarse una gran lectura en sus planos pero todo se queda en simple ilusión con ganas de ser algo mucho mayor. Y es que estamos delante de uno de los estrenos más enrarecidos y contradictorios de los últimos años aunque también encontramos una interpretación que se revela como decisiva en el cine reciente.