En el Hollywood de hoy es bien sabido que las sinergias entre medios no tienen tanto de creativos como de estrictamente económicos. O, dicho de otra manera, la creatividad no hay que buscarla tanto en los contenidos dramáticos o visuales de los films, sino en la rentabilidad económica que desprendan sus imágenes.
La saga Transformers es un ejemplo paradigmático de ello. Inspirada en la línea de juguetes de la compañía Hasbro, su desarrollo se encuentra estrechamente ligado a las estrategias de venta de muñecos y complementos. Y, desgraciadamente, parece que las películas no están haciendo lo suficiente en este aspecto, pese a constituir desde el punto de vista fílmico grandes taquillazos.
Hace unos días, los ejecutivos de Hasbro hacían públicas las ventas de la compañía, y se descubría que sus beneficios se habían reducido considerablemente respecto de la temporada pasada. La culpa la tiene en primera instancia la recesión económica pero también, según los analistas de Hasbro, el menor atractivo popular de líneas de juguetes como la de Transformers.
Así las cosas, la cuarta película de la saga continúa en marcha, pero con dudas crecientes sobre los elementos que debería incorporar para ser aun más productiva. El director Michael Bay está empeñado en sustituir a Shia LaBeouf por un actor con más tirón (candidato principal ahora mismo: Mark Wahlberg) o incluso por una actriz joven y talentosa (no una simple modelo), que a través de su relación con un niño subrayaría el talante “cálido”, “humano”, de la ficción, lo que podría redundar en más ventas.
Sin embargo, parece que ejecutivos de Paramount y Hasbro abogan por una opción más radical: reducir el elemento humano al mínimo, y dejar que reinen durante el metraje de Transformers 4 las batallas continuas entre robots, lo que no distraería al público de su verdadera función: comprar los juguetes correspondientes a sus héroes mecanizados favoritos en cuanto salgan de los cines.