Muchísimo mas explicita que el remake constituye todo un festival de descuartizamientos, torsos empalados, miembros cercenados, pieles arrancadas y disparos a bocajarro.
Dirigida por Tobe Hooper en 1974 “La Matanza de Texas” revolucionó la forma de hacer y entender el género de terror como pocas obras lo han hecho, convirtiéndose en un clásico indiscutible por meritos propios. Casi tres décadas después llegó el remake y para sorpresa de aquellos que nos esperábamos una versión sosa y políticamente correcta perjudicada por los peores defectos de la escuela del videoclip, el debutante Marcus Nispel nos regaló un film salvaje y sin concesiones que no desmerecía a su influyente modelo original. La taquilla acompañó y ahora, rizando el rizo en lo que a formas de explotación comercial se refiere, nos llega la “precuela” del remake.
Esta nueva crónica en torno a la familia de matarifes más famosa de la historia del cine recurre pues al esquema de la vuelta a los origenes, centrándose en Leatherface, verdadero personaje estrella de la función. Así, tras iniciarse con las repulsivas imágenes de su nacimiento y juventud, a lo largo de la narración vamos viendo el origen y razón de ser de las principales características –la mascara de piel humana, la motosierra como arma preferente, etcétera- que le han convertido en un verdadero icono del género. Por supuesto, tales elementos adquieren su razón de ser gracias al inevitable grupo de jovenzuelos ignorantes que sin comerlo ni beberlo se ven envueltos en la mas horrible de las pesadillas. Dado que el argumento, por su naturaleza retroactiva y connotativa, es indisociable del de su predecesora, los responsables de esta nueva entrega han apostado porque la continuidad entre ambas se produzca también a nivel estético. Y es aquí, en su puesta en escena, donde reside su mejor baza. Si el remake captaba a la perfección los rincones más oscuros de la llamada América profunda, el realizador Jonathan Liebesman acentúa aún mas los logros proporcionando al resultado una atmósfera desasosegante (esos exteriores vacíos de tono agreste y ruinoso, esos interiores oscuros, mugrientos y húmedos), compartiendo con Nispel idéntico sentido ajustado del ritmo.
Con independencia de que preceda argumentalmente o no a la cinta anterior, la que nos ocupa ha sido desarrollada según los parámetros básicos hollywoodienses a la hora de prolongar un éxito de taquilla. Es decir, ofrecer lo mismo que el original pero a ser posible en mayor cantidad. Esto se aplica tanto a los protagonistas, que vuelven a ser un atractivo grupo de jóvenes que parecen recién salidos de un campaña de moda retro de Calvin Klein (ellos bronceados y musculosos, ellas de curvilínea figura y ropas ajustadas) como al argumento, que recicla pasajes enteros tanto del original –la famosa cena, la cual por cierto queda muy lejos del nivel de histeria e incomodidad que producía en la versión de Hooper- como del remake –todo el tramo final en la factoría de carne y la posterior huída en coche-. Así, aunque vistoso, el conjunto se hace enormemente predecible y uno ve venir todos los elementos mucho antes de que estos lleguen.
Sin embargo, donde los responsables si han tirado la casa por la ventana es en el nivel de casquería. Muchísimo mas explicita que el remake (que a su vez superaba ampliamente al original en ese sentido), constituye todo un festival de descuartizamientos, torsos empalados, miembros cercenados, pieles arrancadas y disparos a bocajarro mostrados en todo su horrible esplendor que hacen parecer light a animaladas recientes como “Hostel” o “Los Renegados del Diablo”. Se nota la participación en el guión del novelista David J. Schow, cabeza visible del llamado “Splatterpunk”, movimiento este que hace del gore mas que un recurso expresivo un medio de expresión en sí mismo. La sangre brota a litros y la angustia y desazón llegan mas por acumulación que por otra cosa, alcanzando cotas poco recomendables para los mas sensibles.
Nada nuevo bajo el sol pues (hablamos de una película que es una precuela de un remake de otro film que a su vez tuvo tres secuelas: quien a estas alturas espere innovaciones debería hacérselo mirar) pero su cuidada factura visual, su ritmo vertiginoso y su condición de origen de todo un mito del cine fantástico satisfacerán ampliamente las demandas de cinéfilos compulsivos y buscadores de emociones fuertes.