Incluso el siempre discreto Ben Affleck, pese a reservarse de nuevo el rol principal, cumple sobradamente con lo que exige su papel y no desentona.
Son contadas las ocasiones en que podemos salir del cine plenamente satisfechos con el producto que acabamos de devorar con los ojos. Es un gusto constatar que la magia del séptimo arte puede funcionar debidamente cuando los responsables de una película ponen todo su empeño en elaborar una propuesta recomendable, que logre un equilibrio justo entre todos sus elementos y que cuente con los suficientes puntos a favor como para que no duela realizar un segundo visionado a los pocos días del primero.
En ese sentido, Argo se constituye desde ya mismo en uno de los títulos más interesantes estrenados este año. Ben Affleck confirma las buenas impresiones de sus dos primeras obras como director –Adiós, pequeña, adiós y The Town. Ciudad de ladrones– para acabar proporcionándonos un filme que recuerda inevitablemente a las cintas de tinte político de los años 70 del siglo pasado, con realizadores como Sydney Pollack o Alan J. Pakula a la cabeza de referencias tan emblemáticas como Todos los hombres del presidente. Tampoco cabe descartar películas más recientes como La cortina de humo o Múnich.
La historia se basa en hechos reales para contarnos el intento de rescate de seis trabajadores norteamericanos de la embajada en Irán, en pleno período de tensión entre ambos países. La CIA se pondrá en marcha para lograr extraer a sus compatriotas sin echar más leña al fuego. Para ello recurrirán a un plan desesperado que implica la realización de una película de ciencia ficción cuyos exteriores supuestamente se rodarán en Oriente Medio.
Es encomiable el cuidado que se ha puesto en todos los aspectos de Argo. A un guión bien medido –donde contrasta el crudo fanatismo radical de ciertos países islamistas con la frivolidad y el humor de Hollywood– hay que sumar una ambientación sencillamente magistral, que ayuda a vernos inmersos en la época retratada (el cambio de la década de los 70 a los 80) gracias a una dirección artística, un vestuario y una peluquería que cumplen como nunca. Hay que destacar también la banda sonora de Alexandre Desplat.
Nos hallamos ante un buen plantel de actores, elegidos muy apropiadamente –no se pierdan los títulos de crédito finales, donde podemos constatar el asombroso parecido entre los protagonistas de estos hechos y aquellos que les dan vida– y donde contamos con excelentes intervenciones de Alan Arkin, John Goodman o Bryan Cranston. Incluso el siempre discreto Ben Affleck, pese a reservarse de nuevo el rol principal, cumple sobradamente con lo que exige su papel y no desentona.
Así pues, alegra enormemente encontrase con una película que acude al rescate de la siempre sufrida cartelera, elevando varios enteros el nivel medio de lo que podemos visionar en las salas de cine. La sabia combinación de muchos elementos –inteligencia, sarcasmo, amargura, tensión, calidad técnica, buen pulso dramático, ausencia de efectismos baratos– convierte a Argo en un título imprescindible.