¿Qué tendrán las películas de terror, que por muchos defectos que tengan suelen provocar esa tensión insana en el espectador desde el primer minuto de proyección, manteniéndonos inquietos hasta que comienzan a desfilar los créditos finales? Ahora es cuando deberíamos responder hablando de los miedos primarios del ser humano, de las pulsiones ignotas que nos acechan en determinadas circunstancias y demás zarandajas, pero una explicación más palpable nos diría que si sabes crear bien el ambiente y dosificas bien los sustos tienes muchísimas posibilidades de crearle ese típico “mal rollo” al público.
La francesa Ellos, dirigida al alimón por David Moreau y Xavier Palud (ambos preparando actualmente el remake de The Eye) consigue ponerte en estado de alerta desde el primer momento: una secuencia inicial donde la aparente tranquilidad da paso a la incertidumbre primero y al terror después, y que te hace desear que aquello acabe cuanto antes, aunque en apenas cinco minutos ya se abuse de bastantes lugares cinematográficos típicos de situaciones así.
Luego vienen la calma y conocemos a los protagonistas, Clémentine y Lucas, que viven en un caserón enorme situado en un bosque a las afueras de Bucarest, y a quienes sólo les falta poner un luminoso en la entrada del camino que lleva a su casa que diga: “Asesinos aquí, por favor”. Desconocemos las razones que les han llevado a vivir tan lejos de la capital, en esa atmósfera supuestamente bucólica pero algo tétrica (suponemos que Lucas tiene que inspirarse para escribir su novela, pero sólo con el tiempo que deben dedicar a limpiar la inmensa casa un servidor cree que ya no le compensa), pero no negaremos que es idónea para crear el terror necesario.
Pero bueno, al grano: en mitad de la noche a los protagonistas los despiertan unos ruidos y se dan cuenta de que hay alguien en el exterior de la casa. La cuestión es que ese “alguien” no se va a limitar a quedarse rondando por ahí, y entonces arranca la pesadilla. Lástima que a cada momento los espectadores seamos expulsadas de ella por tener que lidiar con aspectos más terrenales, como por ejemplo la recurrente manía de los protagonistas por no agenciarse a las primeras de cambio una linterna y un buen cuchillo con que defenderse, o su irritante tendencia a bailar al son que marcan sus acosadores (“Uy, la tele se ha encendido sola. Aunque sé que se nos ha colado alguien en casa voy a bajar desarmado a apagarla, que luego nos sube mucho el recibo de la luz...”), cuando cualquier persona medianamente avispada, enfrentada a una situación similar, sabría plantar cara de un modo más efectivo.
Hay quien se ha referido a Ellos nombrando a películas como Funny Games o The Blair Witch Project, pero lo cierto es que, salvando detalles puntuales que nos puedan recordar a aquéllas, la cinta de Moreau y Palud anda más cerca de Las colinas tienen ojos debido a la falta de credibilidad cinematográfica de demasiados momentos y por el argumento en general.
Se nos dice que la historia está basada en hechos reales, algo que crea bastante inquietud, pero por desgracia un epílogo donde se nos aclaran más cosas sobre los villanos de la función abre la puerta a nuevas incongruencias que quedan sin aclarar. Para eso casi mejor que nos hubiéramos quedado sin saber quién se hallaba tras esas sombras que acosan a los protagonistas.