No encuentra justificación alguna salvo la curiosidad morbosa de ver algo terriblemente pésimo.
Podríamos decir que la filmografía del antaño maestro Dario Argento se segmenta en diferentes fases. La primera, la de descubrimiento, le sirvió al realizador italiano para crear el llamado giallo, género detectivesco-sanguinolento de estética muy específica, que asentó muchas bases del cine de terror de los años 70 con filmes como El pájaro de las plumas de cristal o Rojo oscuro, ambas piezas modélicas que lo que supuso esta corriente cinematográfica.
Una segunda fase, en la década de los 80, fue de redefinición del género,con productos que empezaban a denotar una cierta bajada de defensa, como Tenebre o Phenomena. Llegados al nuevo milenio, Argento se confirma en riesgo de anemia con cintas como Giallo, que intentaba aprovechar la gloria del pasado desde su título, y este Drácula 3D, que supone el descalabro artístico definitivo de un cuerpo debilitado por el paso del tiempo.
Este nuevo Drácula no encuentra justificación alguna salvo la curiosidad morbosa de ver algo terriblemente pésimo cuya alarmante falta de ideas resulta hasta graciosa. Se trata de un chiste tosco y ridículo, rodado en tres dimensiones únicamente para aprovechar el tirón de las nuevas técnicas, aunque ni eso la salva de caer en lo que es: un producto para la subcultura del trash, únicamente saludable si se toma como un ejercicio de carcajadas encadenadas, más propias de una película de Ed Wood que de quien la firma.
La historia ya nos la sabemos todos, y de memoria, por lo que cabía esperar al menos la reunión de un reparto suficiente, que lo tiene a priori, y una puesta escena sugerente, dadas las posibilidades de su formato. Ambas cosas están ahí, al menos en intención abstracta, pero el resultado es de una calidad paupérrima, por inaudito y por mal rodado, por decir algo amable.
Todo el aspecto técnico es horroroso -su fotografía, su edición, su ambientación, su uso de un 3D absolutamente desenfocado...- y el casting se luce (o se desluce, según se mire) al completo. Thomas Kretschmann intenta hacer algo con su encarnación del icónico conde vampiro, las féminas de la función (hija de director incluida) sólo enseñan sus gracias y Unax Ugalde sale desencajado por completo de la aventura. Así pues, sólo queda tomarse este Drácula como una obra cumbre del freak actual, enferma y deplorable, que juega a ser lo más mala posible. Quien quiera ver a Argento, que acuda a su pasado. O al presente, pero con toda la sorna.