El punto de partida de la argentina El destino promete ofrecer cine de altos vuelos, con un traficante vestido de cura que, por cosas del destino, se encontrará atrapado en medio de una aldea en la que sus habitantes le toman por un enviado de Dios. Ciertamente, la idea no es del todo original, pero en manos de Miguel Pereira, que goza de un potente status en latinoamérica, podía haber dado mucho más de sí. En lugar de eso, la película no logra cuajar del todo y la razón de esto la tenemos en que su director no logra tomar partido en su trama.
En primer lugar, el personaje de narco requería un poco más de brío por parte de su protagonista, sin desdeñar la labor de Tristán Ulloa -actor en todo momento correcto-, aunque se echa en falta cierto aire despiadado para que su tranformación se deje notar. Por otro lado, el conflicto surgido entre los habitantes del pueblo por la llegada del avance tecnológico no llega a profundizarse en demasía, por lo que el trabajo de los secundarios no pasa de ser un simple esbozo.
Parece inusual que un director de la talla de Pereira, con un Oso de Plata en el Festival de Berlín en su haber entre muchos otros premios, no alcance la calidad narrativa que de él se podría esperar. Y es que en El destino da la impresión de que el cineasta pasa de puntillas sobre la historia, obviando los conflictos que se presentan en la narración, precipitándose ésta hacia un final desangelado.
Con un fuerte arraigo a su país, lo que sí hace Pereira es construir un relato donde su gente queda retratada de manera que sus costumbres y sus mitos se hacen merecedoras de un respeto, y que son el motivo que llevan al joven protagonista a efectuar el esperado cambio. Pero el resultado se nos sigue antojando empobrecido, falto de interés y llevado con desgana, sin una resolución clara. En conclusión, nos encontramos ante una cinta que se deja ver pero se olvida fácilmente, dejándonos una sensación tibia. Ni frío ni calor.