El desarrollo de la trama no ofrece sorpresas, y todo transcurre por los cauces del cine de acción más torpe y deslavazado.
Un detective de la policía de Detroit está investigando las extrañas muertes de unos criminales. Según vaya avanzando en el proceso, llegará a la conclusión de que detrás de los fallecimientos se halla la mano de un asesino en serie. Ahí comenzará el enfrentamiento entre Alex Cross y el tal Sullivan, un homicida que asesina por dinero pero también por placer, debido a su fascinación por el dolor.
En la mente del asesino adapta una de las casi dos decenas de novelas de James Patterson que narran las andanzas de un joven Alex Cross, investigador policial que ya fuera encarnado en dos historias de su madurez por Morgan Freeman en El coleccionista de amantes (1997) y La hora de la araña (2001). En esta ocasión es Tyler Perry quien pone rostro al protagonista, una mezcla de Sherlock Holmes, mentalista y héroe de acción que sorprende debido a sus increíbles –en el mal sentido del término– capacidades.
Con alguien como Rob Cohen en la dirección, lo cierto es que pocas sorpresas cabían esperar. Nos hallamos ante un producto digno del realizador de títulos como A todo gas (2001), xXx (2002), Stealth: La amenaza invisible (2005) o La momia 3 (2008). El desarrollo de la trama no ofrece sorpresas, y todo transcurre por los cauces del cine de acción más torpe y deslavazado.
Por un lado, en este deprimente cóctel no funciona la caracterización de personajes. Aunque hay que valorar el esfuerzo de Matthew Fox por desmarcarse del papel que le dio la fama en Perdidos –perdiendo más de 15 kilos de peso–, lo cierto es que únicamente el secundario Edward Burns cumple, contrastando con el escaso carisma de Perry y con un Fox tremendamente pasado de rosca y sobreactuado. Por otro, la sucesión de clichés acaba por aturdir al espectador más desprevenido, rellenando unas situaciones rocambolescas –atención al viaje por las tuberías– con unos diálogos de baratillo.
Por si eso fuera poco, el escaso presupuesto deja ver las costuras de buena parte de la realización, lastrando un telefilme con ínfulas donde prácticamente nada funciona. Mirándola con muy buenos ojos, lo más amable que se nos ocurriría decir es que es una cinta del montón, pero lo cierto es que este intento de sacar adelante un thriller psicológico mínimamente solvente es asociable con mayor facilidad a la vergüenza ajena, el sonrojo y el padecimiento en las butacas de la sala de proyección.