Pueblo de la Selva, una pequeña localidad en la China del siglo XIX. Un lacónico herrero, un mercenario británico y el heredero de una dinastía se ven implicados en una batalla entre clanes guerreros rivales, promovida por un misterioso villano que ambiciona en realidad un fabuloso tesoro que acaba escondido precisamente en Pueblo de la Selva.
Sentía uno muchos prejuicios hacia El hombre de los puños de hierro. Esta ópera prima como director de RZA, músico de rap y actor, se estrena con los nombres de sus colegas Eli Roth (co-guionista y productor de la cinta) y Quentin Tarantino (padrino de la misma) como máximos reclamos. Y está uno ya un poco aburrido de esa concepción amiguetil del medio, que en España tanto ha practicado Santiago Segura, consistente en revisar el cine de barrio (o basura) que adornó la adolescencia de toda una generación con el cachondeo y la cita como figuras de estilo.
Una vez vista El hombre de los puños de hierro, al menos cabe el alivio. La película es mediocre. En algunos momentos ininteligible debido a la pobre labor de realización y montaje. Pero se aprecia en ella un cariño y una ambición —originalmente iba a durar cuatro horas y a dividirse en dos partes, a lo Kill Bill— que trasciende el jueguecito referencial y cínico, pasado de moda.
Como The Lords of Salem, de Rob Zombie, aunque a nivel más modesto, El hombre de los puños de hierro funciona sobre todo como cavilación de su director sobre los cimientos que han conformado su educación sentimental y cultural: las películas de kung fu producidas por la Shaw Brothers hace cuarenta años, los spaghetti westerns de Sergio Leone y compañía que también se estrenaban por entonces, el wuxia de última generación, temas soul de la época que acompañan las imágenes de manera extemporánea (como también lo hacen composiciones propias de RZA y otros músicos contemporáneos)…
Se trata de un ejercicio menos nostálgico que introspectivo, abstraído, en el que no falta ni una prototípica fabulación moral conexa a la violencia; de un diálogo con el propio pasado para explicarse a uno mismo quién se es hoy y qué se puede aportar al futuro. En estos últimos sentidos, El hombre de los puños de hierro proyecta sombras, no se perciben en RZA demasiados talentos. Pero el compromiso que destilan las interpretaciones (con mención especial para Russell Crowe), la fotografía y la dirección artística hacen de El hombre del puño de hierro una experiencia divertida y, en ocasiones, ensoñadora.