Jeff Feuerzeig es un director de documentales cuyo debut, centrado en el extraño grupo de música Half Japanese, se ha convertido ya en una obra de culto. Ahora nos llega The devil and Daniel Johnston, su segundo largometraje, tras cuatro años de costosa elaboración y su paso por el festival de cine de Sundance de 2005, donde ganó en la categoría de mejor documental.
Daniel Johnston es un músico de la escena independiente americana que se hizo conocido a principios de los años 80, convirtiéndose rápidamente en un cantautor folk apreciado sólo por minorías exquisitas. La película bucea en sus orígenes, entrevistando a sus familiares, y así descubrimos que Johnston ya desde muy joven era aficionado a los tebeos, la pintura y la música, y que se dedicaba a hacer ingeniosas grabaciones caseras con una cámara de vídeo. Todas las formas que el joven Daniel tenía de expresarse ya hacían presagiar un futuro distinto, porque lo que bullía en su cabeza debía seguir saliendo al exterior.
Sin embargo, cuando por fin consiguió el éxito también salieron a la superficie sus problemas mentales, y el documental nos relata cómo el hecho de ser un maníaco depresivo le llevó a imaginarse encuentros con el Diablo, y cómo sus dolencias le impidieron seguir creando durante una buena temporada, perdiendo el rumbo de su ya de por sí caótica vida.
Hay que destacar el buen hacer de Feuerzeig para reflejar el excéntrico mundo del cantautor, usando de forma sabia un buen número de recursos cinematográficos típicos del documental (grabaciones de archivo, animación, material contemporáneo, entrevistas…), otros no tanto (como cuando se nos muestra el contenido de las cintas de casete que Johnston utilizaba a modo de diario), pero siempre para darle sustento a una historia donde se nota que el realizador ha puesto grandes dosis de cariño hacia ese artista cuya imaginación pergeñaba sin parar una obra maestra tras otra.
Aun así, a pesar de los aciertos de realización, uno no puede evitar pensar que 110 minutos son excesivos para ilustrar la vida de este personaje, por mucho que haya quien lo considere genial, o al menos del modo que lo hace la cinta, reiterando cierta información de forma casi obsesiva e impidiendo que el film transcurra por un cauce más natural. Como resultado se consigue que el interés inicial decaiga y que transcurrida la mitad del metraje ya sólo los conocedores de la obra de Johnston o del underground musical estadounidense sigan enganchados a esta propuesta. Señalemos como dato esclarecedor al respecto que, por ejemplo, en la siempre más receptiva Barcelona la película no ha aguantado más de una semana en cartel, así que pocos fans del músico debe haber por allí.
En definitiva, un documento único, fascinante y deprimente a partes iguales, sobre un niño cuya mente quebró su talento, pero dirigido a un segmento demasiado concreto del público.