Por desgracia las intenciones no lo son todo, y 'Fin' acumula más defectos que virtudes.
No atraviesa la cinematografía patria uno de sus mejores momentos. Siempre supeditada a destellos aislados de cineastas puntuales, la tendencia en los últimos años viene siendo que dos o tres títulos revienten las taquillas gracias a la acertada combinación de nombres destacados –tanto actores como directores– y una promoción feroz, para de ese modo poder maquillar los resultados a finales del ejercicio anual pertinente.
Fin no será la película que saque de pobres a la industria española del séptimo arte en 2012. Pese al bombardeo mediático al que hemos sido sometidos, y aunque probablemente sus cifras de recaudación finales no sean desdeñables, lo cierto es que todo apunta a que ni por asomo logrará hacer sombra a Lo imposible. Y a los datos nos remitimos: en su semana de estreno ha quedado un escalón por debajo del sorpresivo bombazo de José Antonio Bayona, que ya cuenta con un buen número de semanas de desgaste en la cartelera.
El principio del film nos sitúa en un apartado rincón de las montañas. Allí un grupo de antiguos amigos se reúne para pasar juntos un fin de semana, transcurridos ya muchos años desde de su último encuentro. Los roces que irán surgiendo entre ellos según pasen las horas pasarán pronto a un segundo plano cuando un extraño brillo en el cielo nocturno dé paso a una serie de señales que podrían indicar que el mundo tal y como lo conocemos se está terminando.
Jorge Torregrossa debuta en largometraje con esta cinta, tras hacer currículum en series televisivas como La señora, Imperium, Herederos o Tierra de lobos. Al guión encontramos a Sergio G. Sánchez (El orfanato, Lo imposible) y Jorge Guerricaechevarría (Celda 211, pero también otros títulos menos defendibles, fruto de su asociación con Álex de la Iglesia). Ambos adaptan la novela homónima de David Monteagudo.
Se agradecen las intenciones que tiene la película. No es fácil realizar cine de género en nuestro país, y las comparaciones con los modelos americanos suelen ser motivo de sonrojo. Sin embargo, si la industria debe levantarse es principalmente siguiendo esquemas como este: una premisa llamativa que llame la atención del espectador, llenando las salas en la medida de lo posible. Si además logramos que la impresión final sea buena, tal vez consigamos que dicho espectador regrese en breve para visionar otro producto facturado en la piel de toro.
Por desgracia las intenciones no lo son todo, y Fin acumula más defectos que virtudes. Si entre las últimas cabe mencionar la música, la fotografía y los resultones efectos especiales, sus principales problemas son muchos. Por un lado, hay una alarmante falta de empatía con los personajes protagonistas –compárese de nuevo con Lo imposible–, aunque en el arranque de la cinta haya algún chispazo prometedor. No hay nada peor que el hecho de que al espectador le dé absolutamente igual lo que suceda con tal o cual personaje.
Además, los devaneos de la historia y de su ritmo logran descolocar con frecuencia –para mal– a quien la esté visionando. La cinta adolece de falta de personalidad y definición, moviéndonos de un lado a otro sin que parezca que vayamos a llegar a ningún lado – sensación que, por desgracia, el muy decepcionante final abierto confirma– y dejando excesivas preguntas sin respuesta.
El reparto tampoco es una de las facetas más destacadas. La inclusión de ciertos nombres levanta suspicacias, y apenas Maribel Verdú sabe dotar de vida a su personaje. Si a ello sumamos incongruencias y ridiculeces diversas –como por ejemplo la bochornosa escena con los perros en el camping, o las reflexiones metafísicas que van apareciendo en el tramo final– uno podría llegar a la conclusión de que estamos ante una tomadura de pelo de tomo y lomo.