El cine hecho en España sigue intentando arañar audiencias masivas dando rienda suelta a su vena más comercial, ya sea apostando por la comedia o por el género de terror, todo ello para servirse acompañado de una buena ración palomitera. Pero de vez en cuando surgen directores con vocación de autor que tienen muchas cosas que contar y su forma de hacerlo nos proporciona grandes sorpresas. Gente como León de Aranoa, Roger Gual y J.D.Wallovits (creadores de Smoking room o las recientes Remake o La silla) se han revelado como verdaderos artífices en el ejercicio de hacer un cine comprometido con lo que se está relatando y con la ayuda de unos actores que lo dan todo en la pantalla. El director Cesc Gay es uno de ellos, algo que ya quedó demostrado en sus anteriores filmes Krampack y sobre todo en En la ciudad, obra coral en la que lo que se callaba formaba parte fundamental del relato de una fantástica película.
En Ficción, la semilla plantada entonces crece de forma natural, convirtiéndose en una historia de dos personas con gran calado emocional. El silencio se erige como pieza primordial, dando paso al juego de miradas cómplices y gestos que son capturados por la cámara de Cesc gay dando paso a una hermosa producción con vocación de perdurar en la retina del espectador.
Rodada en el Pirineo Catalán, la historia se nos va acercando con una sencillez abrumadora, donde el paisaje se revela como fiel testigo del encuentro entre un director de cine en crisis, casado y con dos hijos (Eduard Fernández) y una violinista (Montse Germán), creándose entre ellos una relación que va más allá del simple cuelgue.
El resultado se acaba exhibiendo como un formidable ejemplo de lo que significa ser un gran director. Las razones que nos llevan a expresarnos con tal contundencia se evidencian en el ambiente creado para que el elenco se exprese con la mayor naturalidad tras meses de ensayo, dejando un hueco a la improvisación que libra de ataduras a una cinta que camina sola, dejándose llevar por un Eduard Fernández glorioso, proporcionándonos una vez más otra lección magistral de interpretación contenida, casi cuando creíamos que ya había rozado la perfección. En nada desmerece, por otro lado, la cantera de primera línea que lo acompaña, comenzando por Montse Germán, que se estrena en el cine tras una larga trayectoria teatral, y Javier Cámara, en un papel pequeño pero agradecido. El resto surge como por arte de magia, dando paso a una historia de amor narrada de manera poco usual, que se vive y se siente en silencio a través de lo que no se ve y no se dice, un espejismo lleno de belleza y sensibilidad que acaba conmoviendo a la platea asistente.