La más transgresora, gamberra y cáustica exhibición de humor descontrolado que uno jamás habría si quiera imaginado llegar encontrarse.
Borat, el segundo mejor reportero del glorioso país de Kazajistán, movido por el interés en mejorar las condiciones de su estimada patria y con el apoyo logístico del Ministerio de Información, viaja a Estados Unidos, lugar de referencia por motivos incontestables: allí se encuentran las mujeres más guapas del mundo (a su juicio Liza Minnelli y Elizabeth Taylor), la democracia... y el cine porno.
Una vez allí, su paso por televisiones, asociaciones feministas, colectivos gays, comités de bienvenidas etcétera, le ponen en contacto con distintos tipos de americano para adentrarse en la cultura yankee y dar paso a la más transgresora, gamberra y cáustica exhibición de humor descontrolado que uno jamás habría si quiera imaginado llegar encontrarse.
Borat, que no es otro que Baron Cohen (responsable del multipremiado Da Ali G Show) y que ya ha dado sobradas muestras de cómo su humor está por encima de cualquier convención, respeto o educación, llega durante los 84 minutos que dura su andanza por los más diversos escenarios norteamericanos a dejarnos con la boca abierta hasta el límite de torsión de la mandíbula humana, cuando las carcajadas no nos obligan a moverla convulsivamente. El grado de transgresión es de tal magnitud que uno no puede llegar a atisbar cuando la escena es una verdadera humillación a la cultura americana/occidental, o cuando nos encontramos con algo demasiado vitriólico para no estar previamente pactado. Porque en cualquier caso, el rodaje conserva ese tono de falso documental tan cuidado como para que mantengamos la duda y la estupefacción. Todo es tan real que según Larry Charles (su director, que inició su trayectoria como guionista de varios epiodios de series de éxito como Loco por ti y Seinfield) Borat tuvo que someterse a interrogatorios e indagaciones del Servicio Secreto y de la policía estatal, sin desvelar en ningún momento que lo que rodaban era una farsa, haciéndose pasar en todo momento por “el segundo periodista más...”
Para muestra de lo que uno puede encontrarse, un botón. Borat en mitad de un rodeo reinterpretando el himno nacional y conduciendo los cánticos de un público enfervorecido para atribuir las glorias chauvinistas a Kazajistán y recordar a EEUU que deben arrasar Irak, mutando el jolgorio del graderío en asombro y conmoción pre-linchamiento. El lector más malintencionado se quedará corto al imaginar qué puede pasar al mezclar a Borat con una familia conservadora o con un asociación feminista, se verá superado al contemplarle por la calle presentándose ante los neoyorquinos y pidiendo precio a las chicas de su gusto, todo antes de embarcarse en un viaje homérico delirante que le ha costado alguna que otra denuncia ante los tribunales. Cuesta sospechar hasta dónde va a llegar incluso tras haber observado la presentación en que el periodista sale de su país natal presentado como una cuadra primitiva, endogámica y grotesca que ha terminado por degenerar en todo un conflicto diplomático con el verdadero Kazajistán (por aquello de la humillación acrecentada por el desmedido éxito taquillero). La respuesta de Borat ante las quejas se anuncian en su web oficial (borat.tv) donde no puede ser más claro: la ofensa de Cohen debe ser perseguida por insultar a su glorioso pueblo... sí, como si su alter ego real se le hubiera escindido con la creación del periodista. Todo porque para él, la ficción y la realidad sigue siendo imposibles de distinguir tras componer a un personaje cuya principal baza para transgredir es una aparente bondad inocente con la cual se gana la confianza para dar cuchilladas secas de un humor no apto para todos los públicos.
Eso sí, quien sí lo consuma, lo acepte y digiera recordará a Borat como una película de culto capaz de burlarse hasta de uno mismo: no en vano el propio Baron Cohen, judío a pesar del antisemitismo caricaturesco de su alter ego –ayuda extra para identificar su comportamiento como burla al racismo–, ha colaborado con la alianza antirracista ARA durante muchos años, es a juicio del Times un “erudito” en materia de derechos civiles, y su Da Ali G Show ha sido alabado por sus efectos beneficiosos en las relaciones interraciales por la CRE. Vivir para ver.