Versión corregida y aumentada de 'El Señor de los Anillos', que se ve sin demasiados bostezos pero demuestra cuán estancado está en ciertos aspectos el cine comercial pasados casi diez años de la producción de la trilogía previa.
De manera legítima puede que el lector, ante todo, quiera saber si vale la pena ver El Hobbit: Un viaje inesperado y qué precio le conviene pagar por la entrada. Pues bien, Un viaje inesperado sí merece verse, pero, ojo, hay que pensarse muy bien qué significan en la práctica las tres dimensiones, los 48 fotogramas por segundo, el IMAX y demás zarandajas circenses. Porque, al menos en lo relativo al pase de prensa al que asistió este crítico, la proyección dejó que desear. Ante la duda, mejor ahorrarse cinco euros y disfrutar la película en dos dimensiones. El espectáculo estará en todo caso garantizado, incluso igual sale más a cuenta.
Por lo demás, no importa lo puntillosos que se pongan los fans de J.R.R. Tolkien, lo talibanes que lleguen a ser los frikis adoradores de sus textos y las correspondientes adaptaciones a cargo de Peter Jackson, El Hobbit: Un viaje inesperado es poco más que una revisión de El Señor de los Anillos corregida y aumentada. Es decir, otra película interminable (y eso que ya se han anunciado veinte minutos más para su primera edición en formatos domésticos) sobre gente andando por paisajes maravillosos a la que de vez en cuando atacan criaturas monstruosas, camino siempre de un escenario en el que tendrá lugar la consabida y pesadísima trifulca final entre el Bien y el Mal, allá por una última película que se estrenará dentro de tres navidades.
Si hablamos de revisión, a pesar de que teóricamente El Hobbit es un escrito más infantil e intimista que El Señor de los Anillos, además de su precuela, es porque Un viaje inesperado replica el relato (si es que cabe hablar de tal) de La Comunidad del Anillo, sustituyendo a Frodo Baggins (Elijah Wood) por un joven Bilbo (Martin Freeman) y la destrucción del anillo de Saurón por la recuperación de los tesoros y el hogar de los enanos liderados por Thorin (Richard Armitage).
El arranque en La Comarca, esa interesante región que ojalá albergue un día una ficción a lo Agatha Christie o a lo Michael Haneke; la progresiva inmersión en tierras extrañas; la sensación de viaje físico e iniciático; el encadenamiento más o menos armonioso de encuentros arbitrarios; la presencia incesante del lugar de llegada como destino ineluctable y ominoso… Todo se repite, como en cierto modo sucedía en el texto de Tolkien, pero con el añadido de la continua intromisión de elementos extraídos de El Señor de los Anillos, por aquello de estrechar lazos entre una trilogía y otra.
Y si hablamos de corrección y aumento es porque Peter Jackson se muestra más seguro y sofisticado como realizador en Un viaje inesperado que en El Señor de los Anillos; su concepción de la imagen es más transmedia que como antaño primordialmente cinematográfica; y los efectos visuales son en buena lógica mejores (sobre todo en las escenas ambientadas en las cavernas de los trasgos), aunque en ocasiones den la impresión de que envejecerán tan mal por su atrevimiento como los de El retorno del rey y sus predecesoras.
No parecen muchas novedades, teniendo en cuenta que ha transcurrido casi una década desde que la anterior trilogía llegase a su fin. Pero puede que eso sea justamente lo relevante. Las franquicias de El Señor de los Anillos y Harry Potter implantaron la semilla de lo que a lo largo de toda una década se han revelado nuevas formas de cine popular, que tienen precisamente menos de cine que de gargantuesca maquinaria económica y multiplataforma. Si algo demuestra Un viaje inesperado, título paradójico donde los haya, es que a la fórmula todavía le queda todavía mucho recorrido y no cabe esperar cambios de interés en la misma, salvo en la ya iniciada conversión de la imagen en pura atracción de tenues hilos narrativos. Lo que nos lleva a la enorme pereza que produce pensar en La desolación de Smaug (2013) y Partida y Regreso (2014).