David Ayer, guionista de A todo gas, Training day y S.W.A.T.: Los hombres de Harrelson, así como director de Vidas al límite y Dueños de la calle, se embarca en su tercer proyecto detrás de las cámaras para relatarnos el día a día de una pareja de policías durante sus esfuerzos por mantener la ley y el orden en uno de los barrios más peligrosos de Los Ángeles.
Se nota que Ayer se mueve como pez en el agua dentro del género policiaco. En Sin tregua encontramos todos los elementos esperables en este tipo de productos: drogas, violencia, persecuciones en coche y a pie, conflictos con los mandos superiores, irrupciones en domicilios de traficantes… Todo ello sobre el armazón que supone la cordial relación entre los dos patrulleros que sirven de hilo conductor a este pequeño muestrario de la labor policial en una gran ciudad de esas características.
Las comparaciones que se han establecido con En tierra hostil (Kathryn Bigelow, 2008) resultan acertadas, ya que ambas se decantan por un estilo verista, cercano al documental. Sin embargo, también es achacable a los dos filmes que bajo el supuesto realismo no sepan disimular la simplicidad de sus planteamientos y de su desarrollo, así como lo maniqueo de sus protagonistas –pese a la excelentes interpretaciones, fruto de la buena química entre los dos actores principales– y sus secundarios.
Aquí nos hallamos con una especie de publirreportaje sobre el cuerpo de policía de Los Ángeles, frívolo en ocasiones y aburrido en buena parte del metraje no dedicado a la acción. Las escenas más movidas, por otra parte, están rodadas con buen pulso y elevan unos cuantos enteros el interés que sentimos por la cinta, aunque no logran camuflar la excesiva idealización en pantalla de un trabajo que reviste tamaña dificultad.
A lo poco original y superficial del guión, además, cabe añadir un detalle básico que dota de particularidad a Sin tregua pero que a la postre acaba siendo su mayor lastre: la decisión de mostrarnos la historia a través de las filmaciones de uno de los dos policías protagonistas (con una excusa argumental bastante pobre). Por un lado dichas imágenes terminan cargando al espectador según transcurren los minutos, y por otro se revela como la gran trampa de Ayer: es imposible que haya cámaras en todos los ángulos que se nos muestran, por mucho que casualmente buena parte de los implicados en la trama cuente con aparatos de grabación. Así pues, ese puntito de singularidad que sorprende en un primer momento acaba por resultar excesivo e insoportable.
Más cercana a Cops que a la también televisiva –y excelente– The Shield, estamos ante un mero entretenimiento curioso que satisfará a los amantes del género (sobre todo por esa sensación de que cualquier cosa puede pasar, de que ningún personaje es sagrado), pero que no se convertirá en referente debido a su simplismo y a las trampas de planteamiento arriba apuntadas.