Pasa media hora larga de proyección hasta que por fin los acontecimientos van a mayores.
En la actualidad los estrenos cinematográficos de cintas de animación se suceden con tal celeridad que ya no es de extrañar que podamos encontrar claras similitudes entre títulos muy cercanos en el tiempo. Hace apenas un par de meses reseñábamos Frankenweenie –último trabajo de Tim Burton hasta la fecha–, filme que vuelve a acudir a nuestra mente cuando visionamos El alucinante mundo de Norman, debut en la dirección de Chris Butler y Sam Fell, y segunda producción del estudio Laika, de quienes ya pudimos ver Los mundos de Coraline.
Las reminiscencias entre ambas películas las encontramos en lo referido al sistema de animación –las dos utilizan la técnica del stop motion para dar vida a sus monigotes de plastilina, así como al 3D–, pero también cuando echamos un vistazo a su argumento: en un pequeño pueblo norteamericano, un adolescente algo extraño y marginado por sus iguales termina viéndose involucrado en una trama sobrenatural que pondrá en peligro a toda la localidad.
En el caso que aquí nos ocupa, el protagonista es capaz de ver y de hablar con los muertos. Una serie de ominosas señales anticiparán la invasión del pueblo por un grupo de zombis relacionados con una malvada bruja que siglos atrás aterrorizó a los habitantes del lugar. Ahí es cuando Norman –lástima de título inglés difícilmente traducible– deberá ponerse al frente de un improvisado equipo de jóvenes que eviten la destrucción de su seguro mundo suburbial americano.
Ningún reparo podemos poner a la animación. El esmero en la técnica es tremendo, y provoca embeleso por sí mismo, apoyado en unos diseños de personajes que transmiten mucha información. También cabe reseñar –al igual que en Frankenweenie– los guiños al cine de terror de diversas épocas (con alguno bastante divertido a La matanza de Texas), así como que busque contentar a espectadores de diversas edades pese a que, igual que la de Burton, quizá no sea demasiado recomendable para infantes impresionables.
Otro punto a favor del filme es el trasfondo que impregna su metraje. Se tocan temas poco vistos en el cine de animación, o se tratan de una forma distinta a lo habitual. A la integración de quienes son diferentes se une la muerte, la tristeza, el perdón, el acoso escolar, la intolerancia ciega e incluso algún toque de homosexualidad. Todo ello regado con toques tétricos y momentos cómicos –no siempre logrados estos últimos– que se entrelazan con cierta frescura.
En el lado contrario de la balanza hallamos un argumento que transita caminos vistos cientos de veces antes, y que no sorprende lo más mínimo. Pasa media hora larga de proyección hasta que por fin los acontecimientos van a mayores. Después la historia es excesivamente irregular, aunque gane enteros en los entretenidos segmentos de acción. Finalmente nos topamos con una resolución demasiado precipitada, así como con un mensaje que tal vez se nos quiere mostrar de una forma muy obvia.
En definitiva, estamos ante una entretenida película de cuidada animación y con una moraleja seria añadida. Lástima que según pasan los minutos vaya decayendo, se quede a mitad de camino en lo rompedora y no cumpla con todas las expectativas.