Lleva el thriller político y el docudrama a un nivel que quizás hasta ahora no conocíamos.
Mediante una pantalla en negro y diferentes grabaciones telefónicas correspondientes al trágico 11-S da el pistoletazo de salida La noche más oscura. No vemos nada pero oímos todo, con la incomodidad ya metida en los huesos. La siguiente secuencia nos traslada a un recinto no oficial de la CIA donde se está torturando a un posible colaborador de Osama Bin Laden. La tensión anuncia que no se va a ir tan fácilmente. Y así sucede durante los siguientes 150 minutos en los que acompañamos a una agente de la CIA, obsesionada con exterminar al terrorista, por un recorrido laberíntico de documentos, archivos, lugares y países que siguen su pista.
La noche más oscura es un ejercicio de investigación real, puntillosamente detallado y de enorme valor periodístico. También es puro espectáculo artificial lleno de sabiduría. Lo que vemos es una ficción basada en la información que han recopilado Mark Boal y Kathryn Bigelow, aunque no sepamos hasta qué punto es verdad lo que se narra o qué disfraces se han dispersado en este repaso (la cinta, por ejemplo, afirma que el antaño tema de las armas de destrucción masiva fue un error de cálculo). Sin embargo, no importa demasiado entrar en los pormenores informativos de la obra pues nos proporciona todo lo que no sabíamos sobre lo que supuestamente creíamos saber, y quizás este sea su mayor éxito como obra cinematográfica.
Bigelow comprime diez años de búsqueda y captura en algo más de dos horas y media, lo que no es poco metraje para el espectador, pese a que hace gala de una capacidad de síntesis narrativa extraordinaria. La directora pone aquí las veces del thriller político enfebrecido, filmado con ansias documentalistas, y un sentido del suspense que hacen que La noche más oscura sea toda luz mientras que un guión muy sutil y eficaz hace el resto del trabajo. Como ya sucedía con el anterior y oscarizado esfuerzo del tándem Boal-Bigelow, la oscarizada En tiera hostil, estamos ante una bomba de relojería de gran alcance.
Su sentido del ritmo narrativo es admirable, las secuencias de acción están perfectamente medidas, su cadencia no deja de sostener una tensión asfixiante y sus interpretaciones son todas ellas impecables empezando por Jessica Chastain, que es quien capitanea ficción y realidad. Por si fuera poco, Bigelow y Boal dejan ver entre fotogramas muchos más temas que van más allá del mero proceso de captura: las pelotas de una mujer en un mundo de hombres, la obsesión laboral llevada al límite, la efectividad de unos métodos expeditivos de tortura y recompensa (que ya ha levantado ampollas en el senado estadounidense) o el precio que supone la consecución de objetivos.
La noche más oscura es una cinta admirable, sin mácula, que lleva el thriller político y el docudrama a un nivel que quizás hasta ahora no conocíamos tan explícitamente, plasmados aquí como un durísimo descenso a los infiernos en forma de una búsqueda extenuante y no partidista de los hechos. En este viaje nadie está a salvo, ni siquiera quienes lo atendemos desde la butaca de la sala, porque nos deja un montón de preguntas que deberíamos ser capaces de contestar. Ahí está el reto del filme.