Cinta de supuesto terror que tras apenas treinta minutos nos aboca hacia un clímax que descoloca a cualquier espectador.
En un pequeño pueblo de mala muerte de Estados Unidos vienen sucediendo en los últimos tiempos una serie de desapariciones de niños, con pasmosa regularidad. Los lugareños lo achacan al Hombre de las Sombras, un personaje que parece sacado de cualquier leyenda urbana al uso. Sin embargo, cuando una joven enfermera viuda tiene que enfrentarse al secuestro de su hijo, la fantasía queda detrás y el maléfico personaje se torna dolorosamente real.
Pascal Laugier afronta con este filme su primer encargo en tierras norteamericanas, después de llamar la atención de Hollywood con la decepcionante El internado y especialmente con la llamativa Martyrs, que pese a todo le granjeó el mismo número de defensores que de detractores. El realizador galo nos embarca aquí en una cinta de supuesto terror que tras apenas treinta minutos nos aboca hacia un clímax que descoloca a cualquier espectador habituado al discurrir tradicional de este tipo de estrenos, que a buen seguro se preguntará qué pueden querer contarnos en los minutos que todavía restan hasta la conclusión.
A partir del mentado momento climático El hombre de las sombras procede a la primera de sus metamorfosis –a la que seguirán unas cuantas más durante el metraje restante–, cambiando de tono e incluso de género y sumiendo en la perplejidad a quien esperara vérselas con una historia de terror al uso. Poco podemos comentar, ya que corremos el riesgo de reventar lo que de aprovechable pudiera tener la trama, pero digamos que la película se pasea también por el drama rural, la crítica social y el thriller psicológico, mientras los sucesivos –y sorpresivos, para qué negarlo– giros del argumento desubican cada pocos minutos al más pintado.
Uno de los mayores problemas durante el visionado es la poca empatía que sentimos por los personajes implicados. Es inevitable ir perdiendo el interés a medida que los diferentes roles se nos van mostrando desde otra óptica y nos replanteamos a quién hay que apoyar realmente, ya que prácticamente ninguno de ellos nos ha llegado a impactar. Además, tanto giro de tuerca termina por hastiar, provocando que la coherencia interna de la historia se tambalee. Del más que cuestionable y preocupante mensaje moralizante final mejor ni hablemos, ya que precisamente ahí radica el mayor defecto de El hombre de las sombras.
Pese a todo, hay que salvar aspectos como la lúgubre ambientación, la planificación en lo rodado –hay pequeñas virguerías visuales que la salvan de la serie B o de ser un vulgar telefilme–, así como las interpretaciones (Jessica Biel demuestra que es más que un mero rostro agraciado) o el riesgo asumido a la hora de construir una película de estas características, donde se cae en la indefinición genérica demasiado a menudo, provocando además que el ritmo decaiga y vaya de más a menos.
En resumidas cuentas –y aunque apreciemos el atrevimiento de ciertos temas tratados–, el filme se alarga innecesariamente en una última hora donde las expectativas se derrumban y se nos sumerge en un tipo de relato completamente diferente que da vueltas y más vueltas sobre sí mismo. Ah, y si decimos que en comparaciones con Laugier suele surgir el nombre de M. Night Shyamalan tal vez puedan hacerse una mejor idea de lo que encontrarán aquí.