Adaptación de la exitosa versión japonesa triunfadora en la edición de Sitges de 1999 -y qué, viniendo a su vez de un libro de Suzuki Koji llegó a contar con secuela, precuela, cómic y serie de televisión-, la reconstrucción norteamericana se ciñe a la oferta anterior para dar una escabrosa muestra de miedo crudo sin paliativos. Con un planteamiento de aparente simplicidad inicial, y unos augurios de otro ejemplo de recurrencia en la industria actual, muy pronto empieza a descubrirse una manera particular de hacer las cosas, y muy pronto también el espectador llega a añorar las infantiles técnicas de sobresalto de otras cintas.
Desde la forma en que en ocasiones evita exhibir las imágenes más duras, para incrustarlas rápidamente en un golpe posterior con que hacerse con el corazón desprevenido del espectador, se intuye una receta mucho más desaprensiva que la del simple impacto. Aún así, el verdadero valor lo tiene con escenas de auténtico derroche de artesanalidad, arte atroz, y un jugo concentrado de incomprensible aprensión que sin recurrir a lo explícito sino a imágenes desconcertantes -en especial las de video que centra la trama- angustia dejando secuelas que continúan durante toda la proyección y que siguen afectando cuando esta ha finalizado.
Se evidencian además claros síntomas de experiencia en el género, pues recogiendo elementos habituales cómo el del alma errante se le da un enfoque distinto que alimenta el desconcierto, un auténtico aliado del terror creciente que podría compararse sólo con el de los nombres más reconocidos tras la cámara. Llega un momento en que el final es una aspiració, un objetivo para descansar, por más que algunas tomas se hayan quedado grabadas en la retina amenazando con perseguirnos en la vigilia de nuestros sueños.
Desconectad el teléfono la noche en que la veáis. Una llamada podría desquiciaros.