El arranque de ¿Por qué se frotan las patitas? juega a descolocar al espectador, que asiste a la entrada de la policía en una casa okupa y a la posterior huída por los tejados de los habitantes del lugar, rompiéndose la tensión de pronto, cuando uno de los fugados arranca a cantar el Aserejé y todos sus compañeros lo secundan como si los hubieran sacado de West Side Story. Es entonces cuando comprendemos que nos enfrentamos a un musical que quiere jugar en la misma liga que El otro lado de la cama y su secuela, pero añadiendo un peculiar toque andaluz que le viene de la mano del guionista y director Álvaro Begines, que fuera uno de los fundadores del grupo musical No me pises que llevo chanclas.
Estamos ante una película que nos evoca el modus operandi de otros directores españoles de mayor renombre. Así, el modo de mostrar la vida de la mayoría de personajes nos remite al cine costumbrista de Miguel Albaladejo, y cuando el director juega a ser más kitsch inevitablemente vemos una vena almodovariana que se refleja en personajes como el detective privado interpretado por Manuel Morón. Tampoco le sale mal la jugada de querer mostrar sentimientos más profundos, y por ejemplo la trama relacionada con el personaje de Lola Herrera tiene momentos que podrían haber tenido su lugar en Tapas. Y por supuesto, no olvidemos incluir en la fórmula algunas porciones del musical de Emilio Martínez Lázaro antes mencionado (o de 20 centímetros de Ramón Salazar, ya puestos).
Es de agradecer el intento por descentralizar nuestro cine y alejarlo de las omnipresentes Madrid y Barcelona (aunque esta última acaba por aparecer), y hay que valorar en su justa medida que desde el sur se saque adelante un proyecto que nace con vocación de entretener y de hacer reír un poco al espectador, consiguiéndolo en bastantes momentos. Quien busque mayor trascendencia no la encontrará, y quien espere una elaboración extrema en los números musicales saldrá defraudado, porque son precisamente el punto más flojo de la cinta y alargan en exceso la trama. ¿Realmente hacía falta volver a versionar las típicas canciones de siempre de Jeanette, Raphael y Camilo Sesto, aunque sea aflamencándolas? Y también podían haberse trabajado más los playbacks.
Por lo demás, destacar la buena labor de los actores más veteranos y la frescura que aportan los demás (como ese Raúl Arévalo que se mete como nadie en la piel de un okupa), y avisar que hay que acudir al cine dispuesto a tolerar ciertas licencias del guión y un buen número de casualidades que permiten que los numerosos personajes se vayan cruzando por la geografía española. Aun así, como decía antes, el rato entretenido y la media sonrisa no las quita nadie.