Anthony Hopkins da un auténtico recital imitando la dicción y los movimientos del genio inglés.
Cuesta imaginar que algún espectador pueda acudir a visionar el segundo film de Sacha Gervasi –tras Anvil, el sueño de una banda de rock (2008)– sin conocer la mítica Psicosis (1960) cuyo rodaje retrata. Una cinta tan emblemática del séptimo arte (por más que se pueda entrar en diversas consideraciones y estimaciones de diversos tipos sobre ella, transcurrido más de medio siglo desde su estreno) es precisamente el telón de fondo para que asistamos a un segmento de la vida del no menos carismático Alfred Hitchcock, cuyo empuje sacó adelante un proyecto tan complicado como ese.
Siguiendo en cierta medida la estela de Mi semana con Marilyn (Simon Curtis, 2011), el estreno que aquí nos ocupa se centra en los pormenores previos al rodaje de Psicosis, así como a determinadas situaciones vividas durante el mismo. La limitación a una única película, por tanto, nos libra de tener que soportar de nuevo la clásica estructura de biopic hollywoodiense que ya conocemos de memoria.
Entre lo más interesante de Hitchcock se halla la disección que se lleva a cabo de la mente del maestro del suspense. Mediante entretenidos juegos visuales –con sus toques oníricos– y otros recursos, como las conversaciones ficticias con el mismo Ed Gein que inspiró al asesino protagonista de Psicosis, se nos revelan aspectos de sobra conocidos por los expertos en la obra del londinense, pero que nunca viene de más reunir y recordar bajo el techo de una misma producción.
Otro punto de interés es cómo se nos narra el proceso de elaboración de una película en el Hollywood de aquellos años, y que nos permite establecer comparaciones con la actualidad. Gracias a eso nos damos cuenta de lo mucho que han cambiado ciertos aspectos, pero también de lo nada que han cambiado muchos otros. En ambos lados de la balanza entran las duras negociaciones con los productores o las arduas labores de promoción, dos puntos todavía insalvables hoy en día.
Finalmente, el tercer pilar básico del film lo hallamos en el dibujo que se hace de la relación entre Hitchcock y su mujer –excelente Helen Mirren–, con una serie de situaciones que dejan bien a las claras cómo funcionaba dicho binomio a esas alturas de su vida. Es aquí donde la balanza oscila entre la amargura y el humor cínico y certero tan característico del orondo realizador.
A estos puntos fuertes hay que añadir la presencia de unos actores de sobra conocidos, contando con secundarias de lujo como Scarlett Johansson, Jessica Biel o Toni Collette. Por su parte, Anthony Hopkins da un auténtico recital imitando la dicción y los movimientos del genio inglés, aunque haya momentos donde casi parece que está padeciendo el peso del excesivo maquillaje con el que se le ha querido poner en su piel.
Entretenida, bien ejecutada y con los detalles suficientes como para mantener el interés de principio a fin, está claro que Hitchcock irritará a los seguidores más acérrimos del cineasta por su superficialidad (reconozcamos que el planteamiento es bastante básico) o por centrarse en demasía en ciertos aspectos y olvidar otros que para ellos deberían haber gozado de mayor presencia durante el metraje. Sin embargo, un espectador medio con conocimientos básicos de Psicosis y de su director seguramente logre sumergirse satisfactoriamente en un relato que podría fácilmente haberse convertido en un telefilme de lujo, pero que supera sobradamente el aprobado gracias a su viveza e imaginación (véanse la escena que abre la cinta y su réplica en el cierre de la misma, homenajeando la televisiva Alfred Hitchcock presenta).