Imaginemos a un chaval de quince años, Christopher Paolini, criado en el Paradise Valley de Montana. Sus padres han optado por educar a sus hijos en su propia casa. Chris frecuenta la biblioteca pública, escucha música clásica, disfruta de la escalada en las vecinas cumbres nevadas de Beartooth. E influenciado por escritores como Frank Herbert, Anne McCaffrey o J.R.R. Tolkien, fantasea con las aventuras de Eragon, un joven como él que al cruzar su destino con el de Saphira, una dragona, se ve involucrado a su pesar en la guerra que enfrenta a una cofradía de jinetes de dragones y al tirano Galbatorix en un reino llamado Alagäesia.
Chris se sienta en un sofá y emborrona un cuaderno con sus ensoñaciones. Cuando ha llegado a la página sesenta, decide transcribir lo que va escribiendo al ordenador. Tarda dos años en terminar y revisar “Eragon”, episodio inicial de una trilogía que ha titulado “El Legado”. Lo da a leer a su hermana Ángela y a sus padres. La familia ve posibilidades en el relato, y lo publica artesanalmente: el ojo de dragón que ilustra la primera edición de “Eragon” es obra del propio Chris.
Los Paolini promocionan el libro mediante lecturas en bibliotecas, institutos y librerías. Uno de los chicos que tiene acceso a “Eragon”, y que lo devora durante unas vacaciones, resulta ser hijo de un escritor ligado a la editorial norteamericana Alfred A. Knopf... “Eragon” es publicado en las condiciones ideales en agosto de 2003, y vende más de dos millones de ejemplares en todo el mundo –en España las dos primeras ediciones, 80.000 ejemplares, se agotaron en un mes-. El libro permanece más de tres años en la lista de best-sellers elaborada por The New York Times. La segunda parte, “Eldest”, ve la luz en agosto de 2005, y vende en Estados Unidos 425.000 ejemplares ¡en una semana!
Lo que no parece sino una manida ficción más en torno a los sueños de un adolescente cumplidos “al estilo americano”, es un recuento de hechos reales que continúan con la compra de los derechos cinematográficos de “Eragon” por la 20th Century Fox, compañía que buscaba una franquicia tan rentable como la que han supuesto Harry Potter para Warner Bros, “El Señor de los Anillos” para New Line Cinema, “Las Crónicas de Narnia” para Disney o “Shrek” para DreamWorks. La apuesta es alta, y la productora la cubre con generosidad: un reparto de campanillas, como se puede comprobar en uno de los apartados adjuntos; uno de los decorados más amplios de la historia del cine, un conjunto de cantera y cráter abandonados en Hungría donde se rodó de noche la batalla decisiva entre los rebeldes liderados por Eragon y las tropas de Galbatorix; un equipo de 450 extras y especialistas coordinados por el director de segunda unidad Peter MacDonald –realizador él mismo de "Rambo III"-; colaboradores como el director de fotografía Hugh Johnson (“El Reino de los Cielos”), el diseñador de producción Wolf Kroeger (“Enemigo a las Puertas”), la diseñadora de vestuario Kym Barrett (“Matrix”) y el músico Patrick Doyle (“Enrique V”); y la elección de un mago de los efectos visuales, Stefen Fangmeier, en su debut como director.
Fangmeier cuenta en su currículo con los efectos para “Twister”, “Master & Commander”, “Salvar al Soldado Ryan” y “El Caso Bourne”, y su labor al frente de “Eragon” se ha revelado esencial para satisfacer el propósito más ambicioso de la película: dar vida a la dragona Saphira, en lo que ha sido respaldado por las empresas líder a nivel mundial en el campo de lo digital: Industrial Light & Magic (saga "Star Wars") y WETA ("El Señor de los Anillos", "King Kong"). El resultado es una de las criaturas más expresivas y dinámicas jamás vistas en pantalla, gracias a considerar sus creadores que sería un personaje más, con una interpretación rica en sutilezas y contrastes. Un personaje al que vemos crecer hasta convertirse en una majestuosa dragona de cuatro toneladas de peso y cinco metros de altura. Saphira es una representación idónea de la capacidad imaginativa de un joven para abrirse camino a través de cualquier obstáculo.
