Triste, pobre en ideas, vulgarmente reiterativa. Así era la comedia norteamericana a mediados de la década de los noventa. Pese a algunas excepciones destacables, todos los realizadores y guionistas parecían empeñados en tomar los caminos más trillados y desalentadores. Entonces llegaron unos hermanos formados en Providence, con pinta de voluntariosos paletos, dispuestos a arreglar el problema. Y en efecto, no sólo lo arreglaron: lo pusieron todo patas arriba.
Peter Farrelly, nacido en Rhode Island, llevaba ya una amplia carrera como guionista de televisión antes de abordar su primera película, en compañía de su hermano Bobby. También había escrito dos novelas de ribetes autobiográficos: “Outside Providence” y “The comedy writer”. Ninguna de las dos ha sido editada en España, ni siquiera amparándose en el éxito comercial de sus películas. Es tan lamentable como comprensible: pese a tratarse de dos obras interesantes, que apuntan claves sobre el verdadero fondo de su autor, su tono tragicómico nada tiene que ver con el humor grosero que iba a caracterizar su obra posterior.
Los inicios: anarquía y tontería
Su primera película, “Dos tontos muy tontos” (dirigida por él y coescrita con Bobby), era un homenaje a las tradicionales películas norteamericanas protagonizadas por un personaje gracioso y corto de entendederas y otro guapo e inteligente (Jerry Lewis y Dean Martin, por ejemplo). Los Farrelly llevaban la fórmula un poco más allá, porque en su película los dos protagonistas rivalizaban en estulticia y en maneras de meter la pata. Es decir, estaba vez no había un tonto, sino dos, desamparados ante el mundo. El resultado era una enloquecida trama de carretera plagada de momentos surrealistas, cuyo humor escatológico y sexual disgustó a gran parte de la crítica. Recientemente esta película ha tenido una aceptable secuela en la que los Farrelly no han tenido nada que ver.
Seguidamente, los imparables hermanos atacarían con “Kingpin” (titulada aquí por algún iluminado “¡Vaya par de idiotas!”), una historia sobre perdedores de fondo melodramático pero con los habituales momentos de humor grosero marca de la casa. Tan amarga como vitriólica, puede considerarse la mejor película del dúo, pese a que una mala distribución y el poco gancho comercial de sus actores (Woody Harrelson, Randy Quaid y Vanesa Angel) provocarían que fracasara comercialmente. En ella también intervendría Bill Murray y otros habituales de los directores como Chris Elliott (de la serie “Búscate la vida”) o Lin Shaye, en pequeños papeles. La crítica se mantuvo en discreto silencio, aunque en España comenzaron a surgir los primeros defensores.
El síndrome Mary
Contra todo pronóstico, la siguiente película de los Farrelly sería un éxito en todo el mundo, lo que supondría también su consagración. “Algo pasa con Mary” representa, en palabras del crítico Fausto Fernández, “la comedia romántica que acaba con todas las comedias románticas”, un género que respetan y a cuyos esquemas se amoldan sus responsables, sin poder evitar regarlo con sus más letales bombas fétidas. Estaba claro que sus autores habían madurado; su película no era una gamberrada, sino una mágica andadura por territorios clásicos salpicada por el más saludable mal gusto. La crítica se dividió, pero aun así hubo cierta uniformidad en reconocerle un estilo propio, bien definido, del mismo modo que en calificar a los hermanos como la “cabeza de visible” de un creciente pelotón de realizadores y actores de comedia norteamericanos: de Trey Parker a Adam Sandler, pasando por Will Ferrell y Mike Myers.
Los últimos años: ¿decadencia y amansamiento?
Era predecible, como en todos los realizadores que alcanzan una cota inesperadamente alta en poco tiempo, que la inseguridad acabara por apoderarse de las obras posteriores al síndrome Mary. Si bien es cierto que consiguieron darle esquinazo con habilidad en su película directamente posterior (la notable “Yo, yo mismo e Irene”), no pasó lo mismo con el resto. Tras la intrascendente “Osmosis Jones”,
de la que filmaron la parte no animada con actores como Bill Murray, Molly Shannon o Chris Elliott, llegó su obra más discutible hasta el momento: “Amor ciego”. Centrada en una premisa innecesariamente estirada, que se alarga hasta casi sobrepasar las dos horas, la película es una propuesta fallida de comedia romántica, de un tono general muy alejado al acostumbrado en los hermanos. Más de uno llegó a insinuar que, tras haber saboreado las mieles del éxito, los Farrelly se habían dado cuenta de que también podían ser buenas personas.
En el apartado de producciones, nos encontramos con una de cal y otra de arena. Por un lado, “No te puedo perder por algo tan tonto como el sexo”, mediocre adaptación de “Outside Providence” dirigida por Michael Corrente, con una pareja protagonista sosa y carente de química: Amy Smart y Shawn Hatosy. En la parte positiva, ahí tenemos “Dime que no es verdad”, un calco del modelo Farrelly perpetrado por J.B. Rogers (tal como estaba el patio por entonces, casi me atrevo a decir que mejor que no la dirigieran los hermanos), que dio lugar a una comedia romántica divertida y descarada, que se atrevía a acercarse a ciertos temas hasta hace poco infranqueables en la comedia made in Hollywood. Sus protagonistas, Chris Klein y Heather Graham, al contrario de los de la película de Corrente, estaban radiantes y encantadores.
El estreno de “Pegado a ti”, su última película protagonizada por Matt Damon y Greg Kinnear, plantea nuevas incógnitas: ¿se habrán vendido los hermanos definitivamente al sistema?¿Habrán sacrificado su vena combativa en pos de un acercamiento al público familiar?¿Significará esta historia, por el contrario, un retorno a la anarquía de sus primeras películas a tenor de su insensato punto de partida?¿Alcanzarán unas cotas tan altas en la taquilla española como las que lograron con “Algo pasa con Mary”? La única forma de obtener respuestas es yendo a ver la película. Los Farrelly y su mundo de milimétrico mal gusto nos aguardan en los cines.