El paso de los minutos logra aquello que en ocasiones parece que lo da algo parecido al azar, en otras el simple talento.
No parece que vayamos a encontrarnos con demasiadas producciones en que los reyes del baile de graduación expongan sus grandezas y miserias vistas a través de los años. No nos engañemos, quienes en los institutos USA o de cualquier otro lugar, estaban preocupados siendo protagonistas, fuera con mayor o menor humanidad y entregados o no a cuestiones superficiales -aún a costa de pisotear a quienes compartían con ellos pupitre-, estaban demasiado ocupados con lo que tenían entre manos para forjar una carrera literaria. Si uno vive para elegir animadora, piensa más en el color de su ropa interior que en exorcizar sus demonios en alguna redacción que pueda llevarle algún día a ser novelista o guionista de cine.
Las ventajas de ser un marginado, evoca desde el título una lectura que parte de la división natural existente entre dos mundos obligados a coexistir: los hay que parecen encaminados a dotar a la evolución de mejores atributos físicos, lo hay que parecen obligados a aportar su ingenio. Puede que entre partidos deportivos y citas con quienes para otros son solo fantasías, unos hagan cosas más llamativas, pero también es probable que los del otro lado tengan conversaciones más interesantes.
La segunda película dirigida por Stephen Chbosky, guionizada por él mismo para adaptar su novela Somos Infinitos, parece anunciar en los primeros minutos que vamos a asistir a un desfile de personajes irritantes e hiperestésicos, un club de tipos marginales que disfrazaron su condición de vocacional, y que entre exaltaciones a sus gustos musicales y la cultura que les diferencia de su bando rival, se dispondrán a mostrarnos las ventajas de ser… ya saben. Marginados.
Elementos de drama de telefilm y enamoramientos imposibles desmedidos vividos bajo la óptica adolescente, juguetean con esa la línea en que se quiebra lo soportable y la paciencia parece no dar más de sí, de tal modo que uno terminar por ver clara la función de la película como búsqueda de una salida profesional para la chica de saga que busca desvincularse de Harry Potter (Emma Watson, coprotagonista absoluta). Pero lo cierto es que, en lugar de eso, el paso de los minutos logra aquello que fruto de una afortunada unión de circunstancias, en ocasiones parece que lo da algo parecido al azar, en otras el simple talento aliado con la honestidad: su atmósfera y sus emociones se vuelven tangibles. Las inquietudes y desvelos, las agonías adolescentes retratadas, son capturadas para recoger un tiempo y una fase vital en que se reproducen los momentos de felicidad y pena en su estado más puro. Sus personajes pueden ser más o menos chirriantes, pero como tantos otros de la vida real; los caminos, resultarán de igual forma más o menos similares a otros vividos por el espectador. La cuestión es que la fotografía del tránsito de la adolescencia es de tal nitidez que es fácil evocarla y recuperar recuerdos que en su justa medida no está de más tener presentes. Por eso y porque a veces uno siente simpatía y antipatía natural por películas, Las ventajas de ser un marginado merece tantos elogios como reproches uno iba a hacerle inicialmente, y resulta probable que alcance la categoría de culto que alcanzó la novela en que se inspira cuando fue publicada en 1999.