Quien haya seguido de cerca la trayectoria del director argentino Daniel Burman quizá sostenga que la reciente Derecho de familia forma parte de un trilogía iniciada con Esperando al Mesías en el año 2000, momento en que el director contaba con 24 años. La permanente búsqueda de la identidad es la máxima que persiguen los personajes en las películas del joven Burman, premisa que sigue aquí a rajatabla tomando cuerpo en la figura de Daniel Hendler, actor fetiche del cineasta y alter ego en la pantalla. Una vez más, la ausencia paterna colma las inquietudes de nuestro protagonista como ya hiciera en El abrazo partido, segunda de esta trilogía (la más exitosa hasta la fecha, con Oso de Berlín incluido) sobre la (a)típica família judeo argentina. En esta ocasión, el conflicto de identidad surge a raíz de la lejanía impuesta entre Perelman padre (Arturo Goetz) y Perelman hijo (Daniel Hendler) unidos por la profesión de la abogacía , aunque irremisiblemente separados por una relación personal distante.
Con Derecho de família, Burman recupera sus obsesiones fílmicas como la importancia por los orígenes como base para la construcción de una identidad propia, las carencias afectivas puestas a prueba con un humor muy característico que traspasa fronteras, y todo ello a través de un guión certero, repleto de momentos brillantes, cercanos al hilo costumbrista que tantas alegrías le ha reportado. Es por esto que no ceja en mostrar las debilidades de unos personajes enfrentados a sus propias dudas y responsabilidades para con la familia y los hijos, motor de esta historia íntima.
Todo en su historia destila una ternura de lo más efectiva, evitando caer en la sensiblería ñoña, alimentada por la irresistible relación sostenida por Daniel Hendler y el niño que interpreta a su hijo, hijo en la vida real del director.
Así pues, su director, que tiene un pequeño papel ejerciendo de psicopedagogo, sigue inmerso en su propio universo personal en el que la problemática familiar asoma en sus largometrajes con apabullante ingenio y sensatez, contando además con la fiel ayuda de un Daniel Hendler soberbio, siempre exitoso en todas sus incursiones tras las cámaras y cuya labor aquí sobrepasa las límites de la naturalidad más palpable. Confiemos en que el tándem Burman-Hendler nos haga disfrutar de más colaboraciones juntos.