En conclusión, una película que no nos cuenta nada excesivamente novedoso, y que además nos lo transmite con desgana y torpeza.
A priori, deberíamos acoger con expectativas positivas una película que pretende hacernos recapacitar sobre la corrupción del poder y el declive del modelo social vigente en las sociedades occidentales, con la desilusión de los ciudadanos como consecuencia directa de la situación. En los tiempos que corren, siempre se agradece que los cineastas se arriesguen a ofrecernos un retrato de tan funesta actualidad, aunque tal vez se corra el riesgo en ocasiones de no contar con la suficiente perspectiva como para hacerlo con total acierto (se agradece el esfuerzo de todos modos).
En La trama nos encontramos a un antiguo policía que ahora trabaja como investigador privado, y que pronto se verá envuelto en los tejemanejes urdidos por el alcalde de su ciudad, debido a la investigación de una supuesta infidelidad. A partir de ahí nada será lo que parece, y contemplaremos cómo la fauna política y sus allegados se mueven para lograr sus metas, casi siempre relacionadas con el poder y el dinero, como resulta fácilmente imaginable.
Sin embargo, no logra dejar buenas sensaciones en el espectador. Pese a contar con actores de renombre (Mark Wahlberg, Russell Crowe y Catherine Zeta-Jones nada menos) y con un director, Allen Hughes, que cuenta con dos títulos relativamente relevantes en su haber, filmados en su día junto a su hermano Albert –Desde el infierno (2001) o El libro de Eli (2010)–, la mayor pega que se le puede poner a este trabajo es un guión que no llega al aprobado, de la mano de un desconocido Brian Tucker que debuta aquí en dichas labores.
Las expectativas que pudiéramos tener pronto se van desinflando, a medida que el inverosímil argumento demuestra no saber mezclar con soltura el thriller, la intriga política y el cine de acción, encontrándonos con un ritmo cansino que termina por provocar una tremenda indiferencia ante lo que estamos viendo. La peligrosa sensación de que esta cinta se ha hecho con el piloto automático por parte de todos sus responsable –es preocupante el poco carisma que transmite Mark Wahlberg– resulta patente ya desde los primeros fotogramas.
No obstante, la palma se la llevan los diálogos y, en general, el retrato que se hace de los personajes. Vamos saltando de cliché en cliché, y los tópicos verbales llegan a ser tan sentenciosos y sonrojantes que uno tiene la sensación de estar viendo un sketch paródico policiaco de José Mota o similares. Es decir, que esta película ya nos la han contado muchas veces antes, con más credibilidad y menor desgana. En ese sentido, atentos a la patética escena del ataque celos del protagonista, porque no tiene desperdicio.
En conclusión, una película que no nos cuenta nada excesivamente novedoso, y que además nos lo transmite con desgana y torpeza, de modo forzado y poco creíble. Para ver y olvidar lo antes posible.